martes, 24 de abril de 2012

La agenda oculta de la política universitaria

La agenda oculta de la política universitaria

Miguel Ángel Quintanilla Fisac
 


Miguel Ángel Quintanilla Fisac, Director del Instituto de Estudios de la Ciencia y la Tecnología

La única medida realmente impactante de la política universitaria que el gobierno ha puesto en marcha en estos días es la que todo el mundo estaba temiendo: la desproporcionada subida de los precios de matrícula. Nadie ha calculado todavía qué repercusión tendrá esto sobre los ciudadanos de a pie. Pero hay algo que ya podemos adelantar: 1) Una subida del 50% en el precio de cualquier servicio deja a una parte de la población “fuera del mercado”. 2) En el caso de las universidades los afectados negativamente no serán los hijos de los poderosos, ni de los ricos, muchos de los cuales ya están pagando elevados precios por conseguir en el sector privado nacional e internacional lo que sus méritos académicos no les permiten conseguir en el sector público.

Una de las joyas de la corona de la democracia española es que habíamos conseguido un elevado nivel de formación superior, con un elevado nivel de igualdad de oportunidades y de homogeneidad territorial. Pero al gobierno actual esto no le gusta y va a aprovechar la crisis económica para echar de la universidad a los menos ricos. Y de paso ha calentado el ambiente desprestigiando a las universidades, mintiendo acerca de su productividad científica y lanzando sombras de sospecha sobre sus profesores, su organización interna y su capacidad para afrontar los problemas de nuestra sociedad.

¿Por qué? Yo no creo que los ataques a la universidad ayuden a justificar la subida de los precios de matrícula; si el objetivo solo era ese, la artillería utilizada parece completamente inapropiada. Así que seguramente estamos asistiendo tan solo al preludio de toda una agenda oculta de política unviersitaria que pronto se irá desvelando ante nuestros ojos, y cuya partitura, me temo, sonará más o menos así:

1. La universidad pública será sometida a una presión social insoportable hasta conseguir que una parte, al menos, de la actividad universitaria pase a ser competencia directa del Ministerio del Interior y las fuerzas de orden público. Para ello, además de la política de tasas, y de restricción de las becas, se intentará abrir de nuevo las guerras corporativas en torno al catálogo de títulos oficiales, se agitará la demagogia sobre la gobernanza de las universidades, y se promoverá la criminalización del inconformismo académico. Los desórdenes públicos confirmarán el diagnóstico: la universidad necesita profundas reformas.

2. Con la excusa de introducir la cacareada competitividad del sector privado en la enseñanza superior, se facilitará la privatización del sector público, de forma directa o indirecta, parcial o total, a través de medidas como flexibilizar el régimen de compatibilidades del profesorado, facilitar la entrada de capital privado en las universidades públicas, etc.

3. El gobierno no resistirá la tentación de controlar los contenidos de la enseñanza universitaria, empezando por las carreras más vinculadas a la Adminsitración (abogados, economistas, médicos, ingenieros) y terminando por los curricula de ciencias y humanidades: diseño inteligente en biología, negacionismo del cambio climático, recuperación de las visiones más rancias de la historia en humanidades, reivindicación de la ideología nacional-católica-neo-liberal-conservadora, barra libre para la presencia de la religión en las facultades….

4. Cuando el sistema esté a punto de colapsar alguien ofrecerá una solución mágica: dos o tres instituciones internacionales de prestigio se ofrecerán para instalar en los Monegros o en los aledaños de la Complutense una franquicia que garantizará que los estudiantes más afortunados puedan acceder a una de las universidades que figuran entre los 100 primeros puestos del ranking de Shanghay y estudiar en inglés sin necesidad de salir de la casa de papá. El gobierno se apresurará a subvencionar la iniciativa y a cambiar la legislación, si fuera preciso, para que se pueda integrar fácilmente en nuestro sistema.

¿Exagerado? Hago una apuesta. Si antes de las próximas elecciones generales no se han cumplido al menos el setenta por ciento de estas lúgubres previsiones, me comprometo a invitar a una cena en un comedor unviersitario al sucesor del ministro Wert.

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