Rectores, promotores y profesores: La batalla perdida de la Universidad Pública
José Carlos Bermejo Barrera
Hemos visto en los últimos meses un nuevo escenario público en el que los dos grandes partidos que conforman el espectro político español se aprestan a escenificar un enfrentamiento verbal, que en muchos casos no es más que una apariencia, debido a que ambos comparten en lo esencial la misma visión de la economía, la sociedad y los asuntos públicos. En este enfrentamiento el PSOE acusa al PP de hacer lo que él mismo había hecho, aunque eso sí, por estricto sentido de deber y no porque lo creyese justo en cada caso, mientras que el PP reprocha al PSOE el no haber hecho lo suficientemente bien aquello en lo que el PP cree y el PSOE no creía mientras lo iba haciendo. Razón por la cual el PP en realidad casi nunca apoyaba aparentemente la forma en la que el partido en el gobierno hasta fines del año 2011 iba ejecutando minuciosamente el programa político de su opocisión parlamentaria.
Ello fue así en el terreno de la economía y de la banca, de los recortes sociales y de la política de empleo y, naturalmente, también en el campo de la política educativa y de la política universitaria, a pesar de que por ellas lloren ahora el PSOE y los rectores de las universidades públicas unas más que fingidas lágrimas de cocodrilo.
Hace más de un año podía descargarse en internet, y concretamente en la web Fírgoa el libro editado por D. Peña Propuestas para la reforma de la universidad española, publicado por la Fundación Alternativas y el Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados en el 2010. Pues bien, este libro, que presenta un claro diseño de adelgazamiento de la universidad pública, no deja de ser ahora citado por el ministro Wert, al que ahora le toca desempeñar el papel de algo así como la Madrastra de Blancanieves, por compartir, expresar y poner en práctica las medidas contenidas en ese libro, sobre todo las de J. J. Dolado, el economista que participó en él y al que Wert suele llamar “mi amigo Juanjo”.
El programa máximo contenido en el libro presentado por el PSOE y ahora en ejecución por el PP se prodría resumir en los siguientes puntos:
Subida creciente de las tasas de matrícula hasta llegar a los 6.000 euros por alumno y curso. Una cifra estimada por J.J. Dolado, más que calculada.
Desfuncionarización del profesorado de las universidades públicas con el fin de hacerlas más competitivas y adaptables al mercado.
División de las universidades en dos grupos: a) universidades de investigación, seleccionadas por el sistema de los Campus de Excelencia, y b) universidades docentes subordinadas.
Reducción de los grados a tres años y aumento de los másteres hasta dos.
Implantación del sistema de gobernanza en el cual todos los cargos académicos serían nombrados por las autoridades políticas. Un sistema que dejó diseñado el ministro Gabilondo con su equipo en su Diagnóstico, informe técnico-jurídico y propuestas de actuación en relación con las estructuras organzativas internas de las universidades españolas (gobernanza universitaria) puede descargarse en esta web (http://firgoa.usc.es/drupal/node/50566), que establece las diferentes estrategias posibles para lograr su implantación, como paso previo para lograr el adelgazamiento y la reconversión de la universidad pública, que solo puede ser posible si se limita o anula el poder de los órganos colegiados de gobierno y si los rectores, que ya no serán profesores de su propia universidad – en principio-, han de dar cuenta a sus superiores y no a su comunidad académica.
Favorecer la creación de universidades privadas y la cooperación de todo el sistema universitario con las empresas privadas y la banca, ahora ya reflotada con dinero europeo.
Si este era el programa del PSOE, y el programa que compartían la mayor parte de los rectores (algunos coautores de este mismo libro, otros autores y colaboradores en numerosos informes que afirman esto mismo, y todos ellos fervientes admiradores del discurso neoliberal y del emprendimiento y fieles colaboradores de organismos como Universia, a la que reconocen como asesora en muchos puntos), ¿qué le queda entonces que decir al PP? Pues evidentemente nada, ya que simplemente se tiene que limitar a hacer lo que sus ahora opositores decían, aunque eso sí, como cree de verdad en ello y no traiciona sus principios y defiende unos intereses económicos muy claros, intentará hacerlo de la manera más radical posible.
En este escenario, la posibilidad de articular unas líneas de defensa frente a la más que previsible ofensiva del PP, que además tiene a su favor una gigantesca crisis económica en la que se dará un fuerte recorte de gasto público, es casi nula, puesto que el enemigo de la universidad pública ya está dentro de ella misma como una quinta columna, puesto que es en este momento esa misma universidad, capaz solo de lamentarse de que se le recortan sus recursos en un país con más de cinco millones de parados, con una asistencia sanitaria en retroceso y en el que crece alarmantemente el índice real de probreza.
La universidad pública es una universidad impotente para enfrentarse a su crisis porque ha perdido la capacidad de percibir la realidad. En un país como España, con casi 1.500.000 de estudiantes de grado y licenciatura, con más de 105.000 profesores en las universidades públicas, en el que un pandemónium de universidades, campus, titulaciones superpuestas, duplicadas, triplicadas o hasta septuplicadas en una misma Autonomía, ha conseguido crear 1.000.000 de licenciados en paro, las universidades públicas no son capaces de percibir problema alguno. De hecho en un informe europeo sobre los problemas de la implantación del Espacio Europeo de Educación Supeerior (European Commission: The European Higher Eduaction Area in 2012: Bologna Process Implementation Report) que también puede verse en esta web (http://firgoa.usc.es/drupal/node/50803), sorprende que España sea el único país que no advierta de la existencia de ninguna disfunción o problema grave en todo el proceso, al contrario de todos los demás países. Y es que, como decía una canción de un censurado montaje musical de los últimos años del franquismo, Castañuela Setenta: “aquí todo es perfecto, aquí nada está mal…”
Pero ¿por qué las universidades, cuyos miembros son capaces de desarrollar complejos conocimientos altamente especializados, y que han de poseer una inteligencia superior a la media, son incapaces de percibirse a sí mismas como son? Pues evidentemente no por la falta de inteligencia o la mala voluntad de sus miembros – sobre todo los profesores – sino por las características estructurales del sistema que se ha implantado en ellas.
Homo hominis lupus. La dinámica psicosocial de la universidad española
Muchas han sido las metáforas y alegorías que a lo largo de la historia de la filosofía se han ido acuñando para describir la naturaleza de la sociedad, tanto en sus aspectos negativos como positivos.
En el lado negativo podríamos situar a Thomas Hobbes, que en su Leviatán gustó de imaginar un escenario incial de la historia humana en el que se puso fin a una vida que era corta, brutal y triste mediante un pacto en el que todos los hombres decidían ponerse bajo la autoridad de un único soberano con poderes absolutos como única manera posible de poner fin al endémico estado de enfrentamiento civil en el que por aquel entonces se vivía. O a Jean Jacques Rousseau, que creía que la historia humana habría comenzado el día en el que alguien trazó una raya en el suelo y le hizo saber a otro “esto es mío”, o lo que es lo mismo, el día en el que habría nacido el derecho de propiedad y la competencia sin fin por el logro de las riquezas.
Mientras que en el lado más positivo podríamos situar a autores como Inmanuel Kant, Arthur Schopenhauer o G.W.F. Hegel.
Decía I. Kant que el hombre está dotado de una “sociabilidad insociable”. En su opinión nada podría hacerse con el “fuste torcido de la humanidad”, si no existiesen las leyes que favorezcan el interés común. Cada hombre es como un árbol y tiende a crecer torcido, pero si todos los árboles están juntos en un bosque su necesidad de buscar el aire y la luz les llevaría a enderezarse y crecer hacia arriba. Por ello decía el propio Kant que es buena aquella ley que consigue hacer buena a una sociedad de demonios, esos demonios que somos todos y cada uno de nosostros cuando nos dejamos guiar solo por la búsqueda de nuestro interés y únicamente deseamos satisfacer nuestras pasiones.
Algo similar imaginó A. Schopenhauer con su “fábula de los puercoespines”. Los puercoespines, decía este autor, en otro tiempo tenían frío y descubrieron que podrían calentarse mutuamente si se acercaban todos. Pero claro, cuando se acercaron se pincharon y así se volvieron a separar, hasta el momento en el que descubrieron la distancia adecuada para poder a la vez estar calientes y no pincharse mutuamente. Esa sería la naturaleza de la sociedad, que paradójicamente es vista de un modo más optimista por parte de dos filósofos reconocidos como pesimistas, como es el caso del rigorista Kant y del pesimista por definición, A. Schopenhauer.
Para acabar con las metáforas diremos que G.W.F. Hegel, que reconocía que el hombre es un ser social sin más, y que no puede existir un yo sin un tu que lo reconozca, sostenía que el contratro social inicial es un pacto entre dos hombres que se configuran como amo y esclavo, de modo tal que el esclavo se define como inferior y subordinado al amo, a la vez que se siente superior a él, puesto que nadie puede ser amo sin tener un esclavo, mientras que un esclavo sin amo es un ser libre.
La universidad española del año 2012 no es ni un frondoso bosque germánico, ni un minué bailado por puercoespines que avanzan y retroceden al compás, sino más bien un oscuro bosque primigenio en el que todo el mundo quiere trazar las lindes de su parcela a costa de la de sus vecinos, en la que todo el mundo parece estar dispuesto a cambiar en secreto los mojones que marcan las parcelas por la noche, en la que todo el mundo a la vez quiere ser amo, y en la que, precisamente por ello, se implantará casi sin remisión el poder absoluto de un monarca de tipo hobbesiano. Veamos porqué.
Para que sea posible la existencia de una institución es necesario que sus miembros interioricen una serie de valores y normas a partir de los cuales esa institución se hace posible. Ya sean los valores militares en el ejército, los religiosos, los económicos, los de la salud y el cuidado de los enfermos…
Aunque todas las insituciones tienen sus normas, orales o escritas, esas normas y las leyes que las condensan carecen de valor si nadie cree que puedan aplicarse, si no son creíbles. La base del derecho es la costumbre, el acuerdo, el pacto y el contrato. Si en una institución nadie cree, o por lo menos la mayoría sabe, que las normas pueden no aplicarse, que es fácil manipularlas y alterarlas, entonces esa institución estará abocada a la extinción, pues sus miembros no son capaces de percibirse realmente a sí mismos, ni a su propia institución, y mucho menos al mundo exterior, tal y como ocurre en la universidad española desde hace unos veinte años.
Ello se debe a las razones siguientes: 1) a que la universidad ha dejado de percibir cuál es su función real y se ha creado una función imaginaria; 2) a que, debido a la perversión básica en la que se sostiene, genera normas y discursos que ocultan y contradicen la realidad institucional y social; 3) a que ha creado un mundo verbal vacío, en el que el lenguaje solo sirve para establecer estereotipos y pautas de control; 4) a que toda la vida institucional se ha convertido consecuentemente en una mera liturgia y ritual; 5) y a que, al dejar de existir la institución como tal, se favorce desde su gobierno la idea de que la universidad no es más que un campo de juego en el que diferentes actores se mueven para lograr beneficios adémicos, económicos y de todo tipo gracias a sus estrategias de cálculo institucional y acción racional.
1) La empresa imaginaria de la universidad real
Desde hace unos veinte años se insiste machaconamente en que la misión básica de la universidad es la de crear riqueza a través de la creación del conocimiento en los procesos de investigación, siendo secundaria la transmisión del conocimiento a través de la enseñanza.
En España, y en cualquier país del mundo, esta afirmación carece de sentido, puesto que una universidad que no enseñe es un centro de investigación y no una universidad, mientras que puede haber, y ha habido a lo largo de la historia muchas universidades, como las españolas, que enseñaban sin investigar, casi hasta el siglo XX. Por ello la docencia es una condición necesaia y suficiente para que una universidad pueda existir, mientras que la investigación es solo una condición necesaria.
Afirmar en la España del año 2012, asentada en la mayor burbuja especulativa de la historia de Europa con el boom inmobiliario, con una economía endeudada hasta las cejas en el sector público, privado y en el de los consumidores; decir que en el país de la construcción y el turismo la universidad ha sido un motor de la economía en los últimos veinte años en los que se triplicó el presupuesto de investigación, las plantillas de investigadores y los medios materiales, sin que se incrementase proporcionalmente la producción científica, es más que un contrasentido. Como lo es afirmar que la ciencia salvará al país en un futuro inmediato.
Pero decirlo sin aportar ningún dato, sin explicar dónde están las empresas creadas en el mundo real y al margen de los recintos académicos, cuántos empleados tienen, cuáles son sus ingresos y cómo se sostienen en el mercado, y sobre todo sin explicar cuál ha sido la rentabilidad del dinero público empleado en esa supuesta creación de tejido empresarial en el país del millón de ingenieros y licenciados en paro, puede parecer una burla. Sobre todo cuando el discurso de la libre empresa y del riesgo emprendedor está en boca de profesores funcionarios y autoridades académicas no dispuestas de ningún modo a abandonar su puesto de profesor funcionario (que puede ser enormemente digno).
2 y 3) Las normas de obligado cumploymiento
Una vez admitido que uno puede hablar como lo que no es en un mundo que no existe, es fundamental conseguir que el lenguaje pierda la semántica. Es decir, que se pueda hablar bien, incluso de modo brillante, y hasta barroco, pero sin referirse a nada real. El lenguaje sirve entonces para recitar párrafos y pronunciar palabras con correción y al mismo ritmo por todo el mundo, el lenguaje sirve para controlar al cuerpo social mediante el entrenamiento y la disciplina, como sirve el orden cerrrado en los ejércitos, tal y como han analizado magistralmente W.H. McNeill (1995) y M. Foucault (1975).
Tras la creación de la ANECA y la implantación de procedimientos formales de control de todo tipo para la implantación de planes de estudio, la concesión de sexenios, las acreditaciones docentes, la concesión de proyectos de investigación y subvenciones de todas clases, todo ha pasado a estar regulado, lo que puede ser bueno o malo.
Pero se da el caso de que en realidad en la universidad casi nadie cree en el valor de las normas, quizás ya por tradición. En los últimos años del franquismo la sociedad española se acostumbró a vivir en la mentira y se hablaba, incluso desde el régimen, de la diferencia entre la España real y la España oficial. Lo mismo ocurre ahora con la economía real y la economía financiera de las agencias de evaluación. Y no se cree que las normas sean reales porque se buscan mil y una excepciones para no aplicarlas, y porque se multiplican y cambian sin cesar a conveniencia de personas o instituciones.
Todo el mundo sabe, por ejemplo, que los criterios para la concesión de sexenios cambian cada vez, y que se dan casos de venganzas traperas en su negación, aunque a uno no le haya tocado sufrirlas. Todo el mundo sabe que según quien informe un proyecto el resultado puede ser uno u otro, que la evaluación por pares en las revistas españolas depende muchas veces de quien sea el autor del trabajo y sus afinidades electivas con quien reseña y con el contenido del mismo. Todo el mundo sabe que se puede multiplicar hasta la saciedad las titulaciones, a pesar de que se habla de su subordinación al mercado, un mercado que exigiría cerrar gran parte de ellas en un país con 1.000.000 de titulados en paro, mientras no se está dispuesto a cerrar en realidad ninguna, pues todas pueden ser transformadas en otras inverosimiles, con toda clase de evaluaciones e informes favorables, ya que nunca se analiza su estructura y su contenido.
El mundo de las normas ha pasado así a convertirse en el mundo del “como si”. En él lo importante es cubrir el formulario o la aplicación informática, sabiendo que su efecto real no importa. En la España del franquismo se juraba fidelidad al Jefe del Estado porque era obligatorio y a la vez se podía conspirar para derribar al régimen. Los soldados desfilan y se mueven al mismo ritmo cada día aunque no les guste, y así es como los controlan. En las universidades españolas hay cientos de normas en las que no se cree, pero se cumplen por cumplir. Quien las cumple cree que se está riendo de quien las impone, mientras quienes las imponen se sienten seguros de su poder. En la universidad española se ha conseguido así que la hipocresía sea una virtud, una virtud cardinal. Pero una sociedad de hipócritas no puede perdurar en el tiempo y mucho menos una institución, ya que no puede resistir ni sus tensiones internas ni mucho menos un ataque provieniente del exterior, como es ahora el caso.
4) Manierismo y liturgia
Llama la atención en la universidad española la creciente importancia de la dimensión ritual y protocolaria en todos los ámbitos de la actividad académica: desde las inauguraciones hasta las presentaciones, reuniones, conmemoraciones de todo tipo.
Ello es lógico porque, dado que se ha decidido anular el valor del contenido en todos los campos, lo único importante son los signos de distinción social (Bourdieu, 1988).
En el campo del conocimiento, como se han implantado procedimientos estándar para medir todos los currículos con los mismos parámetros básicos, se ha decidido, por ejemplo, que nunca se debe leer un trabajo o un libro para valorarlo, sino solo cuantificar los índices: las reseñas, o las revistas y sus tipos. Y lo mismo ocurre con las concesiones de proyectos de investigación. Como el conocimiento experto, o sea científico, carece de valor y se prima la racionalidad burocrática, serán los burócratas y los profesores burócratas los que acaben imponiendo todo el sistema de signos de prestigio. Y como el dinero de la investigación, la nómina y la promoción académica dependen de ese sistema, la mayor parte de los investigadores se ajustarán a él. Ahora bien, como en realidad ese sistema tiene muy poco que ver con la producción real del conocimiento y su valoración académica en los países mas avanzados, ni mucho menos con el desarrollo real de la tecnología, consecuentemente todo el sistema se convertirá en un ritual vacio y sus jerarquías pasarán a ser muy similares a las de una iglesia o una orden religiosa, al igual que las universidades medievales o la organización y los grados de un ejército que sabe que nunca jamás va a ir a la guerra.
Lo mismo está ocurriendo en el caso de la docencia, sometida a la tiranía de las TIC en sus versiones más simples y mecánicas, y al discurso de las competencias y las habilidades. Esa docencia es concebida como un protocolo administrativo regulable en cada paso. Y ello es así no solo por mero manierismo o gusto por la afectación, aunque también hay mucho de ello, sino porque se concibe la enseñanza como un proceso de normalización personal, social e intelectual.
Y esa enseñanza normalizada y burocratrizada se convierte en una enseñanza degradada que permitirá en el futuro bajar los costes de personal, al desviar la enseñanza presencial a la virtual y conseguir que los profesores, al ser más uniformes y estandardizados, sean cada vez más mediocres, lo que permitirá facilitar su dominio y rebajar su condición profesional y económica; condición sine qua non para adelgazar y degradar la universidad pública, dejándola reducida a un mero centro de enseñanza básica, a la vez que se podrían favorecer en el futuro las universidades públicas y privadas de élite.
Lo mismo podríamos afirmar de los procedimientos de mejora y optimización de la eficacia administrativa y económica. Es sabido que son excesivamente prolijos y complejos, que suponen un coste cada vez más elevado y se han convertido en un fin en sí mismos y en una coartada que justifica la existencia de quienes ejercen esos suspuestos sistemas de control, que se convierten en una casta de funcionarios privilegiados.
Sin embargo la eficacia de ningún modo se ha incrementado, y mucho menos la rentabilidad, puesto que la mayor parte de las universidades, como las familias, las empresas, los bancos y el Estado, se han endeudado gastando lo que no tenían, pero que creían tener derecho a tener, para convertirse en presas de determinados bancos. Será precisamente este vulnerable flanco suyo el que serán incapaces de defender en un época de crisis y recortes, por mucho que sus rectores entonen la serie completa de las lamentaciones del profeta Jeremías. Puesto que nadie los va a creer. No los pueden creer cuando son ellos quienes gobiernan unas instituciones en las que se ha implantado la doble moral del sí pero no, de la apariencia y la realidad, y del abismo entre lo que se dice y lo que se hace. Unas instituciones en las que reina la
5) Fábula de las abejas o los vicios privados hacen la prosperidad pública
Es este el título del famoso libro de Bernard de Mandeville de 1729 (1982), quien, como predecesor de la futura economía política, sostenía que solo la búsqueda del placer y el interés por parte de cada individuo podría engendrar el bien común, gracias a lo que luego sería la mano invisible del mercado.
Cuando una institución, como la universidad española, pierde su identidad, se define como lo que no es, elabora un discurso perverso, vacío y banal acerca de sí misma, la consecuencia más inmediata será la desagregación de esa misma institución y el nacimiento de la lucha de todos contra todos, en el modelo hobbesiano y no en el modelo mandevilliano o smithiano.
Podemos creer o no que el mercado se autorregula (aunque hoy sabemos que no es así, que hay que regularlo, por ejemplo en el caso de la banca), pero una sociedad no puede existir si el mecanismo del mercado no se equilibra con los sentimientos y los valores de la solidaridad (Smith, 1978; 1997; Méndez Baiges, 2004).
En el caso de una institución no regida por los valores del mercado, como es la universidad pública y que además ha de poseer un conjunto perfectamente definido de los valores que le son consustanciales, la pérdida institucional de esos valores llevará necesariamente a convertir a esa institución en una especie de vólatil gas cuyas caóticas moléculas estarán regidas por un movimiento browniano.
En la universiad española de los últimos veinte años, dado que la docencia real y seria ha perdido su prestigio, dado que la investigación se ha reducido a unos meros parámetros vacíos iguales para todos, y a que se ha impuesto la idea de que todo puede ser medido por los mismos patrones burocráticos de evaluación, sus miembros se han visto forzados, o bien han accedido con entusiasmo, a convertirse en calculadores racionales en el mercado de los signos vacíos y la conquista de los únicos bienes tangibles, el dinero personal o académico y el poder de control de los demás mediante el juego de los signos.
Un profesor no es quien enseña una materia que sabe porque no ha dejado de estudiarla toda su vida. Un profesor no es quien cree en el valor de lo que enseña para él y para los demás y por ello aspira a transmitir ese conocimiento. Un profesor es un trabajador o un funcionario que cumple el protocolo para enseñar aparentemente lo que se debe enseñar, en la forma que se debe enseñar, de tal modo que los que lo aprendan sepan que no pueden aprender otra cosa de otra manera.
Un profesor es un profesor que debe saber que lo más importante no es enseñar ni descubrir nuevos conocimientos, sino cumplir los parámetros de la evaluación, o lo que es lo mismo, publicar lo que hay que publicar, en las revistas en las que hay que publicar, y del modo en el que se tiene que publicar, con el fin de poder lograr el sexenio o la acreditación. Todo lo que le aparte de ese camino deberá evitarlo, él personalmente, así como inculcar ese pensamiento a quienes le rodean.
Un profesor es quien hace lo que debe cuando debe y como debe, y nada más. Pero si es un buen profesor ha de ser ambicioso y debe querer progresar en su carrera de conquista de signos y honores. Ha de ir a congresos, reuniones y acumular méritos, ha de esforzarse porque lo inviten a viajar, buscará dinero para investigar, porque si él no lo hace lo harán otros y lo dejarán atrás, con el consiguiente daño para su carrera, su persona, sus ingresos, su familia y su salud.
Un buen profesor es un ser social, pero en la sociedad en la que vive, y por ello debe aceptar los protocolos, cumplirlos, y ayudar a imponerlos. Pero como todo profesor tiene que ser inteligente, y cuanto más inteligente mejor, entonces lo que debería hacer es calcular con todo su cerebro y todo su corazón cómo conseguir que sus vicios privados: su ambición, su vanidad, su avaricia, o su afán de dominación se conviertan en virtudes públicas. Lo que es posible jugando, comprando y vendiendo en el imaginario mercado de los duendes académicos, en el que lo que se compra y se vende solo tiene valor para esos duendes que viven en ese determinado bosque, pero que se paga con lo que que es real, con el dinero que proviene de los fondos públicos o los ingresos privados.
El buen profesor será una araña tejedora de redes de contactos académicos, sociales, editoriales, económicos y políticos para su propio beneficio. Pero como toda araña, tendrá que tejer su tela para que en ella vayan cayendo los insectos. Y es que la universidad española es un juego de suma cero en el que si uno gana otro pierde, aunque no debería ser nunca así.
En ella el profesor se ha convertido en un promotor, similar al promotor inmobiliario que trabaja con los capitales y los recursos de otros para construir una obra. Estos promotores ha de tener sus proyectos y no los de su institución, sus institutos de investigación, a ser posible con sus edificios propios, sus equipos, sus alumnos, sus másteres, sus doctorados - entregados por ley a los grupos de investigación-, y al final sus planes de estudio y su universidad.
Es muy corriente encontrarse a colegas que te dicen: “la universidad está fatal, pero a mi me la trae floja, yo tengo mis proyectos, mi equipo y mis medios y no la necesito”. Naturalmente que la necesitan porque están en ella, incluso la parasitan. ¿Qué ocurriría el día en que todos los profesores de una universidad dijesen esto mismo? ¿Acaso existiría ya esa universidad? ¿Y qué sería de ellos, que al margen de ella, en el mundo real del mercado y la industria, no son nada?
Este es el dilema que se plantea ahora al comenzar la batalla. ¿Quién quiere defender la universidad pública? ¿Los partidos políticos que ya tienen decidido adelgazarla hace años sin que los profesores se hayan enterado? ¿Los oportunistas y demagogos que gritan que todos los recortes públicos son igual de dañinos, pero los que les afectan a ellos más? ¿Aquellos que creen que su vanidad académica es el motor de la economía y el cemento de la sociedad? ¿Los rectores que han participado en todo este proceso, que conocen los borradores de los futuros decretos, y que solo se preocupan cuando se les corta su capacidad de maniobra y se les recorta el dinero? ¿Esos mismos rectores que llevan veinte años alabando el mercado y la empresa y el emprendimiento y ahora dicen defender lo que es público, el Estado y la sociedad? ¿Pretenden que alguien les crea cuando siguen insistiendo que sin la universidad no hay empresas en un país con 5.000.000 de parados y con un paro juvenil del 50%, pero en el que un título académico aun puede favorecer el conseguir un empleo para el que la titulación no es necesaria?
Después de años y años en los que incrementaron sus plantillas, recibieron recursos abundantes, crearon centros sin ton ni son, ahora afirman que todo lo que hicieron está bien, y que no hay derecho a que a ellos también les recorten el dinero unos políticos que dicen lo mismo que dicen ellos acerca de lo que debe ser la universidad.
Cuando se implante el sistema de la gobernanza y todos los cargos sean nombrados, como serán muchos los nombrables, muchos profesores pensarán que a ellos les va a seguir yendo igual de bien con sus proyectos, sus equipos y sus medios. Muchos creerán que a ellos nunca les afectarán los recortes porque son la élite y se quedarán en las mejores univerasidades. Pero a lo mejor lo que se cerrará será su centro, y entonces habrá que decir aquello de: “el último que salga que apague la luz”.
Apéndice: palabras de un viejo maestro sobre por qué los que mandan se equivocan tanto
En su tratado sobre los obstáculos que impiden el conocimiento de la verdad, Nicolas de Malebranche (1674-1712) llevó a cabo un análisis minucioso de todos ellos, sean de tipo que fueren: físicos, lógicos, morales, etc. He aquí lo que dice acerca de los errores de los ambiciosos y su retrato de lo que eran en su época los pedantes de la Sorbona.
“Por qué la inclinación natural hacia los honores y las riquezas conduce al error:
Porque tienen poco tiempo para emplearlo en la búsqueda de la verdad.
Porque por lo general no les gusta nada esta búsqueda.
Porque no son capaces de concentrarse, debido a que su capacidad intelectual está dispersa entre un gran número de ideas y entre las cosas que desean conseguir, ideas a las que tienen que prestar atención, aunque no quieran.
Porque creen que ya lo saben todo y no se pueden imaginar que las personas que son inferiores a ellos puedan tener más razón que ellos. Y porque si bien es cierto que admiten que se les informe de algunos hechos, por el contrario no soportan que se les enseñen verdades sólidas y necesarias, ni que se les contradiga o se les engañe.
Porque están acostumbrados a que se les aplaudan todas sus ocurrencias, por muy disparatadas y alejadas del sentido común que puedan estar, y a callar a todos los que no estén de acuerdo con ellos, aunque no defiendan más que verdades incontestables. Es precisamente por estas cobardes adulaciones de los que les rodean por lo que ellos se ven confirmados en sus errores y en la falsa estima de sí mismos a la que están acostumbrados, y por lo que se permiten juzgar despectivamente a todo el mundo.
Porque no se detienen más que en las apariencias, que son muy adecuadas para mantener una conversación cotidiana y para lograr el aprecio de los hombres, mientras que desprecian las ideas puras y abstractas del pensamiento, que son las que nos permiten descubrir la verdad.
Porque los que aspiran a algún cargo tratan por todos los medios de acomodarse a la opinión de los demás, pues no hay nada que suscite más la antipatía y el rechazo de los hombres que el parecer tener sentimientos e ideas diferentes. Es muy raro que los que tienen su mente y su corazón ocupados por su propósito y deseo de hacer fortuna puedan llegar a descubrir verdades ocultas. Si así lo hicieren las abandonarían por su propio interés, porque el defenderlas sería un obstáculo para su ambición. Por lo general hay que tolerar la injusticia para ser juez. Una piedad sólida y poco común es un obstáculo para conseguir los beneficios eclesiásticos, y el amor generoso a la verdad hace que por lo general perder las cátedras, esas cátedras en las que no se debería enseñar más que la verdad” (Recherche de la Verité, IV, 9, Paris, Flammarion, s.d., pp. 71/72).
“Son los pedantes vanidosos y orgullosos, tienen mucha memoria y poco juicio, son hábiles con las citas, pero débiles en sus razonamientos, y tienen una amplísima y fortísima imaginación, aunque caótica y volátil y que además no se atiene a medida alguna” (Recherche de la Verité, II, 5, Paris, Flammarion, s.d., p. 321).
BIBLIOGRAFÍA
Bourdieu, P. (1988), La distinción. Criterios y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus.
Foucault, M. (1975), Surveiller et punir. Naissance de la prison, París, Gallimard.
Mandeville, B. (1982), La fábula de las abjas o Los vicios privados hacen la prosperidad pública, México, FCE.
McNeill, W.H. (1995), Keeping Together in Time. Dance and Drill in Human History, Cambridge, Mass., Harvard University Press.
Méndez Baiges, V. (2004), El filósofo y el mercader. Filosofía, derecho y economía en la obra de Adam Smith, México, FCE.
Smith, A. (1978), Teoría de los sentimientos morales, México, FCE.
Smith, A. (1997), Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, México, FCE.
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