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viernes, 17 de febrero de 2012

Participación política y educación

18-02-2012

 

¿Cooperación o competencia?
Participación política y educación
Rafael de la Garza Talavera


Rebelión

 
En la coyuntura actual, la participación política ha sido vista como el espacio privilegiado de la acción ciudadana para elegir a sus representantes por medio del voto. En los hechos, toda otra forma de participación que no sea la electoral es vista con desconfianza y eventualmente como una amenaza para la incipiente democracia en México. Pero no sólo se participa en política votando el día de las elecciones; si así fuera la democracia sería débil y poco propensa al cambio social.
 

Hay que distinguir otros modelos de participación, que junto con las elecciones, conforman el espectro de la participación política en las sociedades contemporáneas y que abren espacios para la acción colectiva. Me refiero sobre todo a los movimientos antisistémicos, agentes fundamentales del cambio social en las sociedades contemporáneas.
 

La participación política no es exclusiva de estados democráticos sino de cualquier régimen político. El fascismo, por ejemplo, tenía espacios de participación que encauzaban las relaciones entre el estado y la sociedad. No sería difícil saber cuánta de esa participación era inducida y cuanta libre, pero en las sociedades contemporáneas se pueden distinguir formas de participación política, independientemente del régimen en el que opere.
 

El elemento central de la participación política es, en mi opinión, la cooperación entre individuos. Ya sea de manera individual o colectiva, la participación es siempre cooperación, procurando mantener o cambiar la realidad social pero con otros. Pero en una sociedad que ensalza las virtudes del individualismo, los movimientos antisistémicos son vistos como un atentado contra la individualidad, que fundida con la masa, convierte al ciudadano en un ser irracional.
 

En este sentido, la criminalización de los movimientos está dirigida a evitar que las personas se reconozcan en otras personas y por lo tanto permanezcan aisladas, compitiendo entre sí, para ser manipuladas mejor por los políticos. Lo mismo sucede en otros ámbitos de la vida social como el trabajo y la escuela, que refuerzan la idea de que el ciudadano tiene que arreglárselas solo, a costa de su vecino o del que se deje. O peor aún, este individuo aislado sólo cuenta con la benevolencia del líder, del gobernante, del empresario, del director escolar para lograr sus objetivos.
 

Tal vez ésta sea la causa de que líderes de movimientos sociales sean encarcelados por muchos años mientras que los individuos que practican sistemáticamente la corrupción y el tráfico de influencias, dentro y fuera de las instituciones políticas sean tratados con infinita benevolencia por el sistema judicial. ¿Hasta cuándo? Hasta que nos demos cuenta de que los problemas sociales deben ser resueltos por nosotros mismos, de manera autogestiva, y no por una representación política en estado de putrefacción y empleada de los poderosos. Pero ¿será que esto se enseña en las escuelas y universidades?

 
Para nada. El mundo académico de las ciencias sociales y las humanidades parece alejarse cada vez mas de los problemas más importantes para nuestras sociedades -como la pobreza, la marginación y el racismo- inclinándose hacia la justificación de la desigualdad social. En su afán por obtener algunas migajas del pastel, buena parte de las y los profesores de los referidos campos de conocimiento se especializan en estudiar la realidad tal cual, sin ocuparse de las causas que provocan el mundo en el que vivimos. Esta tendencia se ha escudado en lo que se conoce como la razón cínica.
 

En efecto, utilizando en una serie de trucos, los académicos ponen en juego argumentos supuestamente racionales para eludir la responsabilidad social que conlleva la obtención del conocimiento científico. Pero habrá que recordar que los intelectuales no están sólo para interpretar el mundo sino para intervenir en él y modificarlo.
 

Si partimos de la idea de que el conocimiento es un fenómeno social y no el producto de la inspiración de unos cuantos, habrá que admitir entonces que dicho conocimiento debe tener una utilidad social y no exclusivamente privada, que beneficie sólo a quienes puedan pagarlo. La cuestión no es para nada insignificante pues el futuro de las universidades y de las sociedades contemporáneas depende de la correlación de fuerzas entre estas dos visiones del conocimiento.
 

Por un lado están los que consideran a las universidades como mera extensión de las necesidades de las empresas privadas, las cuales deberían definir los contenidos de los programas de estudio para que los egresados puedan ser funcionales a sus intereses. Por el otro estamos los que creemos que los fines de las universidades deben partir de las necesidades públicas, de los problemas sociales, en un ambiente de participación que rompa con la inercia que hace declarar a los rectores que las universidades son espacios apolíticos, neutrales, dedicados. Esta polémica tiene en este momento a buena parte de los académicos y estudiantes de las universidades europeas y latinoamericanas en pie de guerra, ya que se oponen al proceso que pretende privatizar la educación y ponerla al servicio de los dueños del dinero. Es por eso que las y los académicos deberán tener conciencia de para quienes trabajan. En caso contrario, en un abrir y cerrar de ojos nos encontraremos con universidades orientadas exclusivamente a la investigación aplicada, cuyos resultados servirán sólo a los que la financian, con el cínico argumento que dice: el que paga manda.
 

Pero sobre todo, el proyecto neoliberal para la educación universitaria tiene por objetivo bloquear la participación política y la colaboración de estudiantes y profesores con los movimientos antisistémicos. Al orientar los programas de estudios a cuestiones técnicas y limitar la presencia de las ciencias sociales y las humanidades en la currícula, la burocracia política y la universitaria pretenden eliminar la cooperación entre los universitarios y la sociedad. Asimismo, el aumentar el costo de la matrícula y promover el financiamiento privado para los estudiantes de bajo nivel de ingresos –metiendo a los bancos en el negocio- tiene una doble finalidad: evitar el ingreso de las mayorías trabajadoras que mantienen el compromiso de una educación con fines sociales y promover la educación como una acción individual ajena a la participación en los problemas comunes y en búsqueda del logro personal y económico lo que inhibiría cualquier posibilidad de que los estudiantes y profesores universitarios participen en los movimientos antisistémicos.
 

Habrá que reconocer, como lo hizo en su momento Max Weber, que las universidades son un espacio que resulta atractivo para el ascenso social y que la mayoría de sus estudiantes aspiran precisamente a eso. Pero asimismo, en el debate constante de las ideas y su contrastación con la realidad social existe la posibilidad de comprender el verdadero papel de la educación, o sea, la emancipación del ser humano y la posibilidad de que nos reconozcamos en el otro para poder afirmar desde el corazón y no sólo desde el cerebro: el otro soy yo.

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144827

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