Explicación sobre lo que es un Átomo
Fernando Buen Abad Domínguez
Posted on 31 agosto, 2011
by colarebo
Todos somos un poco Cantinflas. Al margen de las anécdotas regionales, unos más, otros menos, practicamos histórica y cinematográficamente eso que Mario Moreno potenció para retratar de cuerpo entero el espíritu popular latinoamericano de nuestro siglo (y no sólo). Parlanchines, sabelotodo y enamoradizos, capaces de cursar cualquier aventura para sortear los designios de la miseria y el subdesarrollo. Pobres pero ingeniosos, audaces, irreverentes y lenguaraces.
Artífices del silogismo acomodaticio o enredoso, que imita mal y con frecuencia, los usos eruditos, tarde o temprano cuestionados en la tragicomedia patética de las desigualdades educativas y económicas. Cantinflas le puso carne y hueso a un genio popular fraguado en la astucia de la sobrevivencia. Carne y hueso del dolor social templado a punta de martillazos esclavizantes. Carne y sangre lumpenproletaria, irredenta e inteligentísima, dueña de armas singulares a la hora de ganar espacios fundamentales frente al desamparo y la explotación.
Cantinflas actor y Cantinflas personaje alguna vez fueron uno y el mismo. Después algo se quebró hacia la traición. Con una frecuencia realmente indeseable algunos críticos escogen de Cantinflas el anecdotario fraseológico más frívolo e intranscendente. Se afirma que su sentido del humor devenía del manejo juguetón con que conseguía envolver a sus interlocutores, y se cita como detalle de complemento cierta habilidad sui géneris que Cantinflas tuvo para bailar. Muy pocas veces se habla del portento crítico con que Cantinflas (en su época primera) desnudaba la estructura social, cultural, económica y política de México. Era despiadado. Un sentido de clase poderosísimo permitió a Mario Moreno entender su origen y su papel como actor público y privado. Nada hay de ingenuo en su obra, ni siquiera en el último tramo de ésta, en la que Mario Moreno abandona a su Cantinflas a cambio de personajes demagogos, moralistas y gobierneros. Cantinflas murió mucho antes. Uno tiene la tendencia a quedarse con el primer Cantinflas. Con el de “Aguila o Sol”, con el de “Ahí está el detalle”, con el de “ Así es mi tierra”. El Cantinflas que dialogó cara a cara con su público en los teatros de carpa populares. El Cantinflas que trabajó para abrirse un lugar entre todos los actores, que como él, miraban en el escenario un lugar para espantar el hambre y proteger los sueños de la devastación y miseria social. Cantinflas uno y todos, desarrapado, vagabundo, buscavidas, hedonista y aventurero. Cantinflas América latina, mismo genio. Cantinflas alcanza con sus juegos verbales el horizonte total de la organización política, económica y cultural de América. Hace de las suyas con la lengua y nos ofrece un desafío crítico que no excluye a la historia. Toma la palabra (su palabra) como recurso inmediato que debate entre el caos y el orden las demandas imperativas de supervivencia. Es un orador estrambótico que se expresa con huracanes de poesía desordenada, ante los ojos de la corrección sintáctica. Es dialoguista de un espíritu rebelde atrapado en las redes de cierta palabrería acartonada, legalizada, dominante y excluyente. Es antihéroe que cataliza con humor, a ratos amargo, todas las contradicciones de una leyenda expansiva y dominante, que desde los Reyes de Castilla, se empeña en amaestrar el pensamiento amaestrando la lengua. Cantinflas es expresión de lo inexpresable, resultado de histerizar el papel del lenguaje como Dios que desde el principio crea todo con el verbo. Cantinflas es un irreverente de la corrección, es artífice de respuestas que saben apropiarse los instrumentos culturales de dominación para recomponer un discurso delirante, enternecedor y contagioso por irredento. Y eso lo mató. Muy chistoso, muy comercial, muy de las fibras populares más hondas…pero muy peligroso.
Imagen extraordinariamente compleja y seductora que acabó traicionada por su autor. Traicionada por la industria cinematográfica mexicana y norteamericana, que vieron en él, un personaje de la esclavitud, útil para vaciar sobre él todos los escarnios. Siempre el esclavo, inferior, sin educación, es blanco magnífico para la ofensa que hace reír. Todas las risas que Cantinflas nos arranca, todas las felicidades que nos procura su seducción inteligente, toda la magia de su primera época, se convierten en mueca desencantada cuando lo escuchamos demagogo, gobiernero, moralista y negociante de taquilla. Cantinflas gigante delicioso del humor irreverente murió sepultado en la estupidez de su propia claudicación. Uno lo llora, por pérdida múltiple, cuando la risa no omite la crítica. Ahí está el detalle.
RM
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