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domingo, 24 de julio de 2011

El torrijismo hoy, en la agenda de la liberación nacional


Viernes, 22 de Julio de 2011 22:35 
 

El torrijismo hoy, en la agenda de la liberación nacional

por  Manuel F. Zárate P.-


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Antes de entrar en la materia que nos ocupa, quiero agradecer la oportunidad que me brindan de desarrollar con ustedes este conversatorio sobre el ideario de un personaje que, sin lugar a dudas, ha dejado huellas indelebles en la nación panameña.

 
Yo diría que hoy más que nunca está presente la necesidad de entender mejor este retazo de nuestra historia, sobre todo porque el momento que se vive hace más necesarias las luces de ese pasado, para alumbrar nuestras opciones de futuro… Y lo preocupante es que el ideario del General Omar Torrijos H. pareciera haberse desvanecido en el tiempo; lo encontramos más como bultos de párrafos dispersos, como frases fragmentadas, navegando sin rumbo sobre la memoria popular… Cuando buscamos sus discursos y escritos, los descubrimos sumergidos en una especie de “caleta” de documentos prohibidos. Alguien los ha condenado al subterráneo "probablemente por subversivos", esperando que no tomen vuelo con los vientos de un pueblo que se encuentra en medio de la tormenta, buscando la puerta acertada de su liberación.

 
¿Por qué el torrijismo hoy?... Porque el modelo que asumió nuestra sociedad después de la invasión de 1989, neoliberal en lo económico, excluyente en lo social, y centralista, autoritario y bipartidista en lo político, ha llegado a su pleno agotamiento... Vivimos momentos de crisis; y no cualquiera. Pues lo que está en crisis no son simplemente políticas de gobierno o formas de gobernar, sino el propio Estado y toda su base estructural, llevándonos al escenario de una “situación revolucionaria”; es decir, una situación coyuntural en la que “los de arriba” han perdido sus capacidades para el ejercicio de gobierno y “los de abajo” no depositan ninguna confianza en la institucionalidad política, desafiando además a la casta gobernante. Es entonces una crisis que exige nuevos liderazgos, un claro realineamiento de las fuerzas motoras del progreso social, estrategias de acción transformadora y mucho temple, si se quieren efectivas soluciones. En este marco, lo específico del legajo actual de la experiencia torrijista es que aún tiene vigencia para el proceso de cambios que deseamos los panameños.

 
¿Quién fue Torrijos?...

 
Esta pregunta pareciera traída por los cabellos a la sala, pero yo preguntaría lo siguiente: ¿Fue Torrijos un dictador bonapartista?; ¿fue un autócrata nacionalista?; ¿fue un filósofo, un ideólogo, un demócrata, un estadista?...  Estoy seguro que cuando tratamos de identificarlo titubeamos, porque lo conocemos más por los hechos anecdóticos de lo que fue su acontecer nacional, que como el resultado concreto de un proceso histórico político social.

Omar Torrijos nace en una familia de maestros rurales, de una provincia caracterizada no solamente por sus altas tasas de pobreza y extrema pobreza, sino por el dominio prepotente del feudal terrateniente y la tradición rebelde de su pueblo. En este contexto, desde su juventud abraza los ideales progresistas de sus padres y sobresale en las actividades emprendidas por el movimiento de la juventud revolucionaria de su tierra natal, Veraguas, durante sus años de colegio. Bajo ese clima político se hace un consecuente defensor de las reivindicaciones estudiantiles y de las luchas de los campesinos por la tierra. Sin embargo, joven rebelde, de factura estrecha para el molde de una escuela magisterial, deriva hacia la carrera militar mediante una beca otorgada por la Guardia Nacional para estudiar en la academia de El Salvador. Así se convierte en el hombre militar formado para la función represiva antipopular contrainsurgente, razón por la cual quedó sometido a todos los vaivenes y presiones de una sociedad que cabalgaba de crisis en crisis bajo los sucesivos gobiernos oligárquicos de turno.

 
El Golpe de Estado de Octubre de 1968 fue la respuesta a un cuadro anárquico, surgido también de una “situación revolucionaria” (algo parecido pues, a lo que vivimos hoy día).  Si nos refiriéramos a los conceptos de hegemonía y dominio de Gramsci, podríamos decir que la oligarquía conservadora, que tuvo en sus manos las riendas del poder durante todo el periodo republicano, había perdido las claves de su hegemonía, incapaz ya de hacer consensos, aunque mantenía su dominio especialmente mediante la fuerza de la Guardia Nacional en el terreno táctico y del Comando Sur en el terreno estratégico.

 
Ese orden institucional sucede que se quebró; y el pie de fuerza nacional tuvo que asumir las riendas del poder para restaurarlo, tal como lo aprendió en la Escuela de Las Américas. Torrijos explica el fenómeno en Santiago de Cuba, el 12 de enero de 1976: “Nosotros, una generación de oficiales nuevos asaltamos el poder −fue cierto−, como el Comandante Castro asaltó el Cuartel Moncada. En todos los asaltos hay que ver cuál es el contenido del asalto. Hay veces que se asalta porque es la única respuesta a la situación existente”…

 
No había pues, un proyecto de nación madurado en los oficiales que dieron el golpe y menos un proyecto de revolución. El golpe lo dan oficiales del cuerpo armado, cumpliendo el mandato para el cual estaban preparados: defender el estatus quo que prevalecía en el país. Lo dan oficiales formados en la contrainsurgencia para la represión del pueblo y no oficiales revolucionarios; si bien por sus orígenes sociales reflejaban de alguna manera, como conciencia en sí, las tribulaciones de las capas medias anti-oligárquicas y democráticas. Muchos de ellos habían pasado también por las filas del movimiento estudiantil, que luchaba por sembrar las banderas anticolonialistas.

 
La evolución tomada por el proceso iniciado en octubre del ‘68 , que se hace realmente  “revolucionario” desde diciembre del ‘69, se explica así, coherentemente, en términos contextuales; es decir como el resultado de una acumulación histórica que se origina particularmente con el movimiento contra las bases militares de 1947, que pasa por varios estadios de desarrollo ‒como fueron el Movimiento de Reforma Universitaria del ’58, el levantamiento insurgente de Cerro Tute, llegando hasta la profundidad asumida por el movimiento anticolonial de enero de 1964‒, y que desemboca finalmente en la situación revolucionaria de 1968, que estremece políticamente a la sociedad panameña.    

 
Torrijos es ni más ni menos que el resultado de este movimiento. Es rodando por estos hitos llenos de obstáculos, de vejámenes, de combates y de confrontaciones, que pasa a ser del simple militar perteneciente a un pie de fuerza contrainsurgente y apéndice del Comando Sur norteamericano, a un líder político nacional antiimperialista y un estadista demócrata revolucionario, más que un dictador bonapartista o autócrata nacionalista como algunos lo han querido señalar.

 
Si queremos evaluar objetivamente a Torrijos, tendremos que hacerlo bajo este prisma: teniendo en cuenta su circunstancia de haber sido un militar educado para la represión popular, pero a la vez, de un militar que se empina por encima de esa trama doctrinal hasta asumir el reto patriótico, sin precedentes, de recoger las banderas anticoloniales del pueblo y hacerlas política de Estado, y enrumbar la nación por la vía de las transformaciones sociales; todo ello, mediante una metamorfosis en la que operaron numerosas variables políticas y socioeconómicas dinamizadas por el desarrollo histórico.   ¿Cómo entender esto?... Describiendo el momento revolucionario que se daba en América hispana, José Martí explicaba la razón de Bolívar así: “A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre. América toda hervía [faltaba sólo el dirigente]”. Creo que es la mejor forma de entender a Omar. Fue entonces, desde todo punto de vista,  un patriota, un líder antiimperialista y un estadista demócrata revolucionario.

 
¿Qué entendemos por “torrijismo”, visto desde nuestros días?...

 
La pregunta no es un capricho; pues vale la pena aclarar un concepto que pareciera ecléctico, amparando por igual a cesaristas romanos y cristianos, a víctimas y victimarios, a esclavos y esclavistas… Pregunto yo: ¿Es el “torrijismo” una filosofía?; ¿Es una ideología?; ¿Es una doctrina?; ¿Es un programa político?... Y aún más; cualquiera que fuese la categoría que le diésemos, ¿cuál sería su contenido social y cuáles sus fines?...  

 
Revisando los conceptos citados, “filosofía” es la ciencia que se pregunta sobre el sentido final de las cosas, como la existencia, el conocimiento, la moral, etc.  La “ideología” es un conjunto sistémico de ideas que intenta explicar la especie humana como ser social y su universo, a la vez que orientar nuestras conductas, por lo que es un instrumento programador de nuestra praxis. “Doctrina” es un conjunto de principios y enseñanzas de contenido ideológico, filosófico, político, militar, social o religioso, coherentemente estructuradas y de validez general, que rigen como marcos conceptuales la manera de obrar y de pensar de grupos de personas. Un “programa político” es el compendio coherente de objetivos, metas y tareas, que se propone realizar un movimiento u organización política en su lucha por el poder, o que exige realizarse al ejercer éste.


Cuando recorremos entonces los discursos y escritos del General, o hacemos un esfuerzo teórico por interpretar su obra concreta, observamos que en su ideario hay un poco de todo esto, aunque sin organicidad y en todo caso, nunca con la suficiente carga como para ubicar el legado en una de las categorías descritas.  Por ejemplo, hay algo de doctrina cuando expresa: “Las leyes, como la inversión, como las decisiones, mientras más cerca están del hombre panameño, mientras más cercas están del hombre que depende de ellas, impactan con mayor justicia y con mayor prontitud”; o cuando dice: “La reforma agraria, más que tierra, es hombre (…). La tierra está allí, no se va, la puedes adquirir o expropiar. Pero lo que más importa es la organización”… Sin embargo -y es mi criterio- son fragmentos doctrinales pero no una doctrina. Creo que el “torrijismo” se acerca más a la idea de un programa político, cuyos componentes formaron la sustancia del accionar nacional en la lucha anticolonial. O para ser más exactos, es una “Hoja de Ruta” para la liberación nacional.

 
Estos componentes se pueden sintetizar en dos ejes centrales, como bien los resume el propio Torrijos en declaraciones dadas al periodista Neiva Moreira, en 1981: “Teníamos dos objetivos fundamentales (…): Primero, la recuperación del Canal, y segundo convertir una caricatura de país en una Nación”. El primero, por supuesto, eliminaba la presencia física e insolente de la colonia. El segundo, como bien lo aclara José de Jesús (Chuchú) Martínez en su libro “Los papeles del General”, encerraba dos aspectos estratégicos: “la conquista del Poder Popular”, y la construcción de “un Estado productor, económicamente próspero y, por lo mismo, independiente”.   

 
¿Cuál fue el rumbo de esta visión programática y cuál su contenido?...

 
Para identificar el rumbo se hace necesario subrayar que, el proceso que inaugura el retorno del General Torrijos, en diciembre del ‘69, fue anticolonial en lo medular. El objetivo central fue la eliminación de la estaca colonialista enterrada en lo que se llamó “Zona del Canal de Panamá”, lo cual le significó a nuestro pueblo un esfuerzo titánico, sacrificando en particular ingentes problemas nacionales de carácter social. Y es porque en los hechos, a pesar de todas las lacras heredadas del pasado oligárquico, lo que había madurado en nuestra sociedad, era la necesidad de integrar territorialmente a la nación panameña.

 
Creo que lo que podría llamarse “la gran hazaña” del General Torrijos, consistió en haber logrado este hito nacional en el contexto de un mundo bipolar complejo, dividido por la confrontación ideológica. Eran momentos en que lo que no era blanco era rojo; no había matices intermedios. Pero también, en que  el modelo aplicado al Canal, en su doble carácter de colonia y monopolio de Estado había llegado a un punto de agotamiento tanto para los panameños, como para determinantes sectores de la economía capitalista mundial, entre estos los del transporte, reaseguros y las finanzas. Así se abrieron indiscutibles avenidas para construir suficientes alianzas internacionales de Estado, que neutralizaron al enemigo y permitieron avanzar la liquidación colonial por la vía política, situación que manejó Torrijos con esa extraordinaria habilidad de político y militar que poseía.

 
El otro aspecto que estuvo a nuestro favor, fue el movimiento paralelo a los gobiernos que se articuló con los pueblos del mundo…  La solidaridad mundial de los pueblos, de todas las latitudes, fue un eslabón estratégico del triunfo alcanzado. La diversidad de fuerzas que concurrieron en apoyo a nuestra causa, ahondaron con gran efectividad el anillo de aislamiento de la vergüenza colonial. Y en esta dirección hay que resaltar que el nacionalismo panameño, ese “nacionalismo jacobino” inmerso en las profundidades de nuestra cultura popular, demostró ser profundamente internacionalista en las circunstancias de la etapa histórica vivida.

 
Pero todas las alianzas externas no hubiesen sido nunca suficientes para alcanzar el objetivo anticolonial.  El principal papel de todo cambio -se dice-, lo hace el inquilino de casa; y esto exigió mucha madurez a las cabezas del movimiento popular; por ejemplo establecer con sumo cuidado la naturaleza de lo que se buscaba, el contenido de los intereses que entraban en juego, la divisoria de fuerzas que marcaba el objetivo anticolonial y el carácter de la confrontación. Así mismo, evaluar con acierto la fuerza hegemónica de clase que presidía la situación del momento, en condiciones de una oligarquía obsoleta que había fracasado, pocos años antes, en la solución del problema colonial. El movimiento no podía dejarse llevar por los espejismos…

 
De las transformaciones realizadas hay tres que destaco, porque en ellas prevalece el barro panameño que puede dar sustancia a un modelo de desarrollo, ajustado al rumbo liberador de nuestra nación.

 
*  El reemplazo de una Asamblea Nacional, integrada de diputados que se representaban solo a ellos y a la casta social que los financiaba, por una Asamblea Nacional de Representantes de Corregimiento, con imperfecciones, pero que estableció un cordón umbilical permanente entre la base social de la nación y el gobierno, y sacó del anonimato a amplios sectores sociales y espacios territoriales del país. Fue una organización política diseñada de abajo hacia arriba que, sumada a otras estructuras democráticas de participación como fueron las Juntas Locales, Comunales, Comités Provinciales, de Salud y organizaciones comunitarias de base, integrando una pirámide institucional llamada “Poder Popular”, pudieron ser el punto de partida más genuino para avanzar por la vía política hacia una democracia revolucionaria, participativa y pluralista que culminara nuestro proceso de liberación nacional.

 
* El reordenamiento económico, que hizo pasar de una economía sostenida solamente en la empresa privada como motor del desarrollo, a una que integró tres ejes principales: el privado, el estatal y mixto, y el social o cooperativo de producción, con la finalidad de generar desarrollo a la vez que nivelar los perfiles de la distribución de la riqueza. En ese tejido, el eje estatal y mixto tomó la responsabilidad de las grandes inversiones de infraestructuras y del sector primario.

 
* Una redefinición de la defensa nacional y la seguridad pública, a partir de los intereses del país y no ya, de los dictados dados por la potencia imperial norteña en el marco de su confrontación en la Guerra Fría, lo que nos encerraba hasta entonces en el estrecho círculo de la contrainsurgencia, marcándonos como enemigo a vencer el enemigo de ellos. La operación “Ay qué miedo” fue un ejemplo que valida nuestra afirmación.


De esto hoy no queda nada material. Lo borraron Tirios y Troyanos. A mi entender, porque las transformaciones nacionales, algunas profundas, nunca fueron los suficiente para proclamar una revolución. Para ello se hubiese necesitado un cambio claro de la hegemonía de clase que presidía los destinos de la República, hecho que nunca sucedió.  Y este carácter propio de una revolución no se alcanzó, porque en primer lugar, el objetivo anticolonial por la vía asumida de la negociación limitó el horizonte de los cambios internos (el escenario fue favorable al reformismo burgués); pero en segundo lugar, porque la revolución no es un asunto de simple voluntad, sino de correlación de fuerzas, de conciencia social organizada, de praxis revolucionaria de los destacamentos de vanguardia, todos los cuales tuvieron serios rezagos.

 
Torrijos expresa la esencia del problema, en un documento dirigido a grupos estudiantiles que manifestaban en las calles. Cito: “lo nuestro (...) quiere ser una revolución. Y esto es más difícil, porque los gobernantes se mueren al fin y al cabo. Pero al sistema hay que matarlo”. Esto no tuvo lugar en el país “ni de poquito a poquito, para que no patalee demasiado” como agregaba el escrito, porque el sujeto de la revolución no estaba a la altura de la exigencia. Es así que lo que se vivió, fue un “proceso revolucionario” más que una revolución, proceso en el curso del cual muchas transformaciones tuvieron la debilidad de quedarse a media asta, sin sostén jurídico y debidas ejecutorías.

 
Sin embargo, no podemos concluir por ello que el programa trazado, a pesar de sus incoherencias y contradicciones, no tuviese en el pensamiento de Torrijos un contenido social determinado. En su discurso ante la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimientos del 11 de octubre de 1973, el General expresa claramente: “El Estado no puede seguir siendo el padre de uno y el padrastro de otro”… “No somos enemigos de la empresa (dice), somos enemigos de determinados grupos de empresarios”. Y señala a los empresarios que tienen un espacio dentro del proceso, como aquellos que “explotan la empresa y no explotan al hombre”… En definitiva pues, el proceso que encabeza no está al margen del mapa social panameño; tiene una base social de sustento que abraza a todas las fuerzas patrióticas de nuestro pueblo; pero así mismo, excluye permanentemente cualquier vestigio vivo de oligarquía corrupta y antipatriótica.

 
¿Dónde nos encontramos hoy, en esta carrera histórica por la liberación nacional?


Durante el desarrollo de la etapa anticolonial, la dinámica de los acontecimientos avizoraba ya, en su seno, que logrado este hito, se abriría inevitablemente otra etapa de mayor lucha social, hacia la conquista de la soberanía popular. La razón era que la tarea anticolonial, siendo un problema fundamentalmente de soberanía nacional, había obligado a romper -como se ha podido observar- con el Estado oligárquico que presidió los destinos republicanos de la nación desde 1903; y esta exigencia, independientemente de las virtudes y vicios que pudo heredar del pasado o alimentar su presente, abrió las puertas a nuevas experiencias de poder en nuestro pueblo, al protagonismo de los excluidos y a una conciencia social sin dudas más democrática, participativa, que fue lo que aconteció bajo el liderazgo de Torrijos.

 
Firmados los Tratados Torrijos Carter, el General, en su forma siempre metafórica de expresarse, señaló desde muy temprano los nuevos giros que tomaría el proceso.  En “Partes del General al Pueblo” manifiesta: “El vacío político que va a dejar la victoria sobre la Zona del Canal de Panamá, debe ser llenado con una campaña de lucha en el frente económico interno, que nos dé la victoria del desarrollo. Tampoco será fácil”… Agregamos que al hablar de desarrollo, se refería sin equívoco al cultivo y crecimiento de los gérmenes del desarrollo con equidad, sembrados durante la etapa que se cerraba.

 
La tarea no sería fácil, porque estas transformaciones post-coloniales no caerían del cielo… Requerían inevitablemente la formación de un nuevo bloque social −en el buen concepto de Gramsci−, capaz de implantar la hegemonía política correspondiente a la nueva etapa que se iniciaba. Nos tocaba en síntesis la compleja tarea de fortalecer la soberanía popular, como medio de garantizar y ampliar la soberanía nacional alcanzada y lograr un desarrollo con justicia social revolucionaria, todo lo cual desencadenaba, de hecho, una nueva divisoria entre las fuerzas sociales y políticas del proceso panameño, diferente a la que había presidido la marcha anticolonial, y demandaba nuevos alcances a la organización popular y a la conciencia nacional progresista y revolucionaria.

 
Y es que sin conciencia revolucionaria no hay revolución posible... Quejándose del ambiente de sumisión que impregnaba la atmósfera gran colombiana (ganada ya la campaña de la guerra liberadora), Bolívar manifestaba con profunda preocupación y justeza: “Nuestras manos ya están libres, y todavía nuestros corazones padecen de las dolencias de la servidumbre”… La pregunta inevitable era (y aún lo es), cómo ganar la libertad cuando las mentes se arrodillan ante el opresor…

 
En este contexto se creó el Partido Revolucionario Democrático (PRD)… Se crea pensándolo como parte de un conjunto de nuevos partidos, sin caciques ni dueños, representativos de colectivos sociales con la suficiente plataforma ideológica y programática como para ser la antesala de gobiernos patrióticos y capaces de articular agendas legítimas del interés nacional. El General Torrijos lo entiende como un “primera base” de sustentación del gobierno (el “segunda base” sería el Poder Popular y el “tercera” las fuerzas Armadas). Y decía: “Si el Partido aplasta con su fuerza de influencia al poder legislativo, estamos propiciando que se rompa el equilibrio que debe existir en esta rama del diario devenir ciudadano. Si la Legislativa se impone a la fuerza al pueblo, con la ayuda de los fusiles, estamos propiciando una dictadura sin uniforme. Y si la Guardia se impone, lo que se está propiciando es una burla”…  Esto y otros aspectos importantes de su visión de coyuntura, se recogen en los documentos “La Línea” e “Ideas en Borrador”.

 
A Torrijos lo asesinan en los precisos momentos en que entraba por la senda de la elaboración teórica de la experiencia realizada y articulaba un programa para el país que esperaba. Era el momento en que se necesitaba la construcción de este nuevo bloque de poder, necesario para avanzar hacia las transformaciones democrático-revolucionarias (como él mismo llamó). Los últimos escritos citados apuntan claramente en esa dirección. Las capas populares hervían en el fragor revolucionario y un programa para una nueva nación, bajo la conducción del Líder, a no dudarlo llevaría al patíbulo justiciero a connotados representantes, internos y externos, de los intereses antinacionales. Fue la causa principal del crimen cometido. En mi opinión, gran parte del desmantelamiento del proceso liberador, posterior a su muerte, está vinculado a esta desaparición criminal.

 
El gobierno que nos damos hoy día, es ni más ni menos que el resultado final de la “destorrijización” que anegó el proceso de liberación nacional. El trasfondo de lo que se observa a la fecha es que el Estado presidencialista, oligárquico y neocolonial, que recompone la invasión norteamericana del ’89, ha traspasado la raya crítica de una enfermedad terminal estructural, imposible de atajar; o sea que llegó al grado en que, lo único que le queda para aligerar su dolor letal es la “morfina” (y todo indica que de este sicotrópico está lleno).  En tales condiciones, opera solamente sobre la base de la corrupción, de la ilegitimidad, del autoritarismo y de la fuerza policial. Toda la institucionalidad política, desde los ministerios, pasando por el Poder Judicial, la fuerza represiva, el Legislativo y los partidos políticos están envueltos en su metástasis; pues han sido y son partes funcionales del sistema. En tal contexto, cualquiera solución que se busque en el marco del estatus-quo, presidido claramente por la burguesía financiera nacional, especuladora, rentista y transnacionalizada, sólo acelerará su muerte; y advertimos que no podemos pronosticar si esta muerte será convulsionada o tranquila.

¿Qué hacer?...

 
Creo al respecto, que son dos los principales desafíos que tenemos por delante…  

 
El primero, diría, es retomar la perspectiva de las transformaciones políticas, sociales, económicas, culturales y ambientales inscritas en la agenda de la presente etapa histórica. Antes que pensar en las próximas elecciones, creo que debemos pensar en las próximas generaciones; en las exigencias históricas del país y en la estrategia para alcanzarlas. Éstas exigen prioritariamente la institucionalización de la soberanía popular, bajo una nueva democracia nacional de participación auténtica, legítima y pluralista, así como el fomento de una economía productiva nacional hacia el desarrollo endógeno y sostenible, que garantice el equilibrio entre crecimiento y distribución. De esto Torrijos nos deja una experiencia invaluable.

 
El segundo, es desterrar el neocolonialismo de la geografía nacional; y un primer paso sería revisar el Tratado de Neutralidad Permanente del Canal de Panamá, sustento jurídico de la dependencia neocolonial, iniciando así un nuevo capítulo de negociaciones que debe conducirnos a perfeccionar nuestra independencia, en el concierto actual de naciones.  

 
En este camino, la tarea inmediata es la de construir el sujeto revolucionario destinado a dirigir el proceso liberador, o sea el “Frente Único Nacional”, para lo cual habrá que consensuar entre el conjunto pluriclasista de todas las fuerzas revolucionarias y progresistas patrióticas, el carácter del enemigo interno y externo a vencer en esta coyuntura, así como el programa de las transformaciones a realizar. Es decir, tenemos que regresar a la construcción del bloque social del cambio revolucionario, que Torrijos no pudo culminar.    

 
Son estos entonces, los retos que se inscriben en el “Orden del Día”. Frente a ellos yo digo al igual que ayer: Hemos avanzado, la lucha continua!...  Una consigna que vuela aún en nuestros corazones de patriotas, y que seguirá presente hasta que alcancemos la legítima soberanía del pueblo y la verdadera independencia de la Patria...

 
“Tiro la línea -dijo Torrijos-, camino y los espero allá. Los objetivos intermedios y la forma de realizarlos lo determinan ustedes.  Ellos deben conducir al país al objetivo final”…

 
Inamovible y -seguro estoy- de pie en su posta de soldado vigilante, aún espera en posición de firme y con un patriótico saludo militar, ese parte de las conciencias revolucionarias de nuestro pueblo y de su juventud, informándole el deber cumplido!…


 
Manuel F. Zárate P.
Casa del General, Farallón

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