Revolución y contrarrevolución en la Independencia hispanoamericana 1810-1814
Por: Olmedo Beluche
Por: Olmedo Beluche
Fecha de publicación: 06/03/10
Si alguien se atiene a las versiones sobre la Independencia hispanoamericana que ha producido la historia oficial, sólo puede salir tremendamente confundido: supuestas “unanimidades” nacionales de pronto se convierten en guerras civiles cruentas sin más causa aparente que el egoísmo de los llamados “próceres”. ¿Un ataque de locura general?
Hay que alejarse un poco del historicismo para comprender el asunto. Se requiere otra manera de abordar los hechos que permita captar la verdadera dimensión de los acontecimientos, los personajes, las causas que estaban en pugna. El método aportado por Carlos Marx, es un instrumento tremendamente esclarecedor: “La historia de la humanidad, es la historia de la lucha de clases”.
Cuando se aplica ese instrumento, como una lupa, sólo se puede exclamar: ¡Ah! ¡Ya entiendo! La Independencia fue producto de una gran lucha de clases sociales, cada una con un proyecto político, cada una con sus líderes, cada una con su propio concepto de la “nación”. Porque la existencia de clases precede a la existencia de la nación, ya que la forma específica del estado-nación la impone la clase que domina.
Contrario a lo que diría un amanuense al servicio de los descendientes de los criollos de 1810, esta propuesta metodológica no consiste en oponer una ideología apologética de los próceres a otra, sino de alcanzar una comprensión científica de los hechos, con la única convicción apriorística de que: “La verdad nos hará libres”.
Desde este enfoque, por ejemplo, no puede salir jamás la visión pueril de algunos pretendidos “marxistas” de un Bolívar cuasi socialista, sino el Bolívar real, revolucionario para su época, con todas sus luces y sus sombras, hijo de la oligarquía mantuana de Caracas, pero su hijo más radical. Esta perspectiva sí pone en evidencia, y esto es lo que temen los historiadores oficiosos, las inconsecuencias de nuestras clases dominantes, las cuales persisten hasta el presente.
No pretendemos hacer un recuento pormenorizado de los hechos, por demás imposible en pocas páginas, sino trazar un esquema que permita despejar la bruma. Para un conocimiento detallado existen muchas historias que se pueden consultar, pero preferimos, por su enfoque y aporte documental, la de Indalecio Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. A ella remitimos.
La revolución independentista fue un proceso
El vacío de poder producido por las Capitulaciones de Bayona, la invasión napoleónica de la península Ibérica y el desesperado llamado del Consejo de Regencia, de febrero de 1810, para que los españoles americanos, en igualdad con los peninsulares, asumieran la salvación de los últimos vestigios del imperio colonial, destaparon la Caja de Pandora, que ya no podría cerrarse hasta culminar en la completa Independencia en 1825.
Los criollos se apresuraron a reclamar su espacio en la administración del Estado que la organización estamental del régimen colonial les había negado hasta allí. Las autoridades coloniales, encabezadas por los virreyes, se resistieron en principio a compartir el poder político con los ricos hacendados y comerciantes criollos. Donde la oligarquía criolla era más medrosa, por temor a la enorme población indígena, como en México y Perú, prefirieron deponer sus intereses manteniéndose casi incólume el sistema virreinal y fueron sistemáticamente aplastados los intentos subversivos.
Sin embargo, el que se hayan sostenido los Virreyes en Perú y México, no quiere decir que no hubo sublevaciones populares: En Perú, Tacna en 1811 y 1813, en Huanuco en 1812, en el Cusco en 1814; en México, la Revolución dirigida por Miguel Hidalgo que si inició en Querétaro (16 de septiembre de 1810) se desplaza por todo el país (Guanajuato, Michoacán, Jalisco, hasta Chihuahua) hasta que es hecho prisionero y fusilado el 30 de julio de 1811; Morelos por su parte mantuvo la insurrección en la zona sur desde 1811 hasta noviembre de 1815, cuando es arrestado y fusilado también.
En cambio en las ciudades en que existía un gran sector popular mestizo, compuesto principalmente por artesanos, y sectores de capas medias como estudiantes, oficiales militares y profesionales, base social de un sector más radicalizado que la oligarquía criolla, sublevaciones populares sacaron el poder de manos de los virreyes y lo pusieron en manos de los criollos.
Así nacieron las Juntas proclamadas durante 1810 en Caracas (19 de abril), Buenos Aires (25 de mayo) y Santa Fe de Bogotá (20 de julio). Pero, superemos el equívoco, ninguna de estas tres juntas declaró la independencia, por el contrario, asumieron en nombre de los derechos de Fernando VII y del Consejo de Regencia.
A pesar de los deseos de los criollos, el diablillo de las consignas que inspiraron la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) se coló hasta lo más hondo de las sociedades hispanoamericanas. Junto a los moderados (girondinos) de la élite, surgió un partido claramente más radical (jacobino, republicano e independentista) y, todavía más a la izquierda de éste, en lo más profundo del sistema de castas colonial (pardos, mestizos, indios y negros) se fue armando otro partido, mucho más desorganizado, espontáneo, confuso, pero marcadamente revolucionario.
El partido realista, a su vez, no estaba derrotado. Se sostuvo en muchas ciudades como Santa Marta, Maracaibo, Popayán, Pasto, además de las capitales virreinales como Lima y México. Además, el realismo tuvo una influencia en las ciudades rebeldes a través de la alta jerarquía católica que se fue intocable en esta fase.
Este es el cuadro político general que explica los acontecimientos acaecidos entre 1810 y 1814, en que sucesivas revoluciones y guerras civiles sangrientas van desplazando el poder político de un bando al otro. Época que los historiadores colombianos han llamado de la “Patria Boba”. Concepto equívoco que, como bien señala Liévano Aguirre, sirve para ocultar la intensa lucha de clases que se desató y el papel inconsecuente, y a veces traidor, de muchos de los llamados “próceres”.
La Revolución Hispanoamérica inicia con la demanda reformista de participación política de los criollos en los órganos de gobierno, bajo el reconocimiento de la soberanía del Imperio Español en la persona de Fernando VII y el Consejo de Regencia (1810); para radicalizarse durante el año 1811-12, llevando al poder a los sectores jacobinos del criollismo que, entonces sí, proclaman la Independencia ; luego el partido radical de los criollos es llevado a la crisis, al menos en Nueva Granada y Venezuela, por sectores radicalizados del pueblo (indios, esclavos negros, pardos) que atacan los cimientos de la sociedad de clases bajo las banderas contradictorias del realismo (1812-14); lo que facilita la victoria momentánea de la reacción monárquica (1814-20). Todas las fichas se vuelven a repartir y el juego vuelve a empezar en una nueva fase revolucionaria (1818-25).
Los bandos políticos de la Patria Boba (Nueva Granada y Venezuela)
La proclamación de las llamadas Juntas en Santa Fe (Bogotá), Caracas y Cartagena dio paso a la inmediata formación de los partidos en pugna:
En Bogotá, la “fronda” criolla que se hizo con el poder el 20 de julio (1810), era de un liberalismo muy moderado, oscilando entre la monarquía y la república según soplaran los vientos, fue personificada por José Miguel Pey, Jorge Tadeo Lozano, Manuel de Pombo, Pedro Groot, Antonio Baraya y otros (incluyendo a Francisco de Paula Santander, todavía en segundo plano), capitaneados por su mente más brillante: Camilo Torres. Pero enfrente de este sector político, se organizó un partido más radical, popular, republicano y claramente independentista, dirigido por José María Carbonell, con base en el barrio popular de San Victorino, partido al que se sumaría posteriormente Antonio Nariño, para convertirse en su gran jefe. La ciudad quedó políticamente dividida en “carracas” y “chisperos”.
En Caracas sucedió algo parecido: la Junta y posterior Congreso quedaron, el 19 de abril de 1810, en manos de criollos moderados, que tampoco proclamaron la Independencia, encabezados por el presidente Rodríguez Domínguez, Antonio Briceño, elementos claramente proclives a la monarquía como el Padre Maya; pero en su oposición surgió la Sociedad Patriótica, verdadero partido jacobino, compuesto por jóvenes profesionales algunos de ellos hijos de la clase criolla, cuyos principales líderes son el propio Simón Bolívar, José Félix Ribas y, por un breve lapso, Francisco de Miranda.
En Cartagena, también asumió el poder una junta de “notables” encabezada por los García de Toledo, Castillo y Rada, Del Real, Díaz Granados; y en su bando opuesto el ala más radical del criollismo encabezada por los tres hermanos Gutiérrez de Piñeres, con base en Mompós y apoyo en el barrio popular de Getsemaní. Siendo justamente el Cabildo de Mompós el primero en declarar la independencia absoluta de España y de cualquier dominación extranjera.
En Nueva Granada (Colombia), fuera del Cabildo de Mompós, ninguna de las Juntas proclama la Independencia y discurren entre reconocer la soberanía de Fernando VII y el Consejo de Regencia (Cartagena), o sólo las del primero (Santa Fe, El Socorro y Pamplona), o reconocer ambos como a los gobernadores españoles (Popayán y Santa Marta) (Liévano Aguirre).
El otro problema es el de las soberanías territoriales de las ciudades, formándose dos bandos: el primero encabezado por Camilo Torres, que pretendía que permaneciera inalterable la organización política heredada de la colonia, con las mismas capitales provinciales; y una corriente emergente de ciudades que se proclamaban a su vez independientes de las que les habían controlado hasta allí. Así surgieron cabildos rebeldes, como el de Mompós frente a Cartagena; Sogamoso frente a Tunja; Buga y Cali frente a Popayán. Esta contradicción expresaba un conflicto de clase soterrado porque en ellos predominaba la población de “color” y en los contrarios la aristocracia criolla.
En Nueva Granada, el carácter moderado del criollismo se plasmó en la constitución claramente monárquica promulgada el 4 de abril de 1811, que ratificó la sujeción a Fernando VII y nombró a Jorge Tadeo Lozano, hijo del marqués de San Jorge, “vicegerente del rey”. La gente le gritaba en la calle: “Ahí va su Majestad Jorge I”.
La contraofensiva realista lleva al poder al partido jacobino:
Ante la pusilanimidad de las nuevas autoridades criollas, las fuerzas realistas intentan retomar el control, produciéndose a mediados de 1811, avances en la Guayana, al occidente de Venezuela, y en Popayán al sur de Colombia. Se temía en Bogotá una ofensiva militar proveniente de Maracaibo. Esta situación exacerba los ánimos, recrudece el debate político y lleva a los radicales a movilizar sectores populares de las ciudades contra los inoperantes gobiernos de los oligarcas.
En Caracas la Sociedad Patriótica , encabezada por Miranda y Bolívar, exigía medidas firmes y la declaratoria formal de Independencia; otro tanto, hacía en Bogotá Antonio Nariño desde su periódico La Bagatela.
En Caracas, donde había surgido casi una situación de doble poder entre el Congreso y la Sociedad Patriótica , en ella Bolívar decía: “No es que haya dos Congresos… Lo que queremos es que esa unión sea efectiva, para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad. Unirnos para reposar y dormir en los brazos de la apatía, ayer fue mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido… ¿Qué debemos esperar los resultados de la política de España? ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos, o que los conserve, si estamos resueltos a la libertad? Esas dudas son triste efecto las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! ¿Trescientos años de calma no bastan? ¿Se quieren otros trescientos todavía?... Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad sudamericana…” (citado por Juan Uslar Pietri en Historia de la rebelión popular de 1814).
En Bogotá, Nariño arengaba desde su periódico: “Nada hemos adelantado, hemos mudado de amos, pero no de condición. Las mismas leyes, el mismo gobierno con algunas apariencias de libertad, pero en realidad con los mismos vicios… Los mismos títulos, dignidades, preeminencias y quijotismo en los que mandan; en una palabra, conquistamos nuestra libertad para volver a ser lo que antes éramos”. Y en otra edición: “No hay medio; querer ser libres dependiendo de otro gobierno, es una contradicción; con que, o decretar de una vez nuestra independencia, o declarar que hemos nacido para ser eternamente esclavos” (citado por Liévano).
Ambas citas expresan la situación política imperante a mediados de 1811 y las demandas del partido jacobino. En Caracas la situación estalla primero, y una masa de gente, encabezada por los jóvenes radicales de la Sociedad Patriótica, se toma las entradas y graderías del Congreso Nacional e impone a los diputados, bajo amenaza de muerte, la Declaración de Independencia, el 5 de julio de 1811. Estos hechos sumados al ataque realista lanzado por el general Monteverde, llevarían al gobierno efímero de Francisco de Miranda, en 1812.
En Bogotá el partido radical encabezado por Antonio Nariño se hizo con el poder el 9 de septiembre de 1811, cuando una masa de gente, encabezada por los artesanos organizados en milicias, dirigidos por José María Carbonell, irrumpe en el Palacio de los Virreyes, donde sesionaba el gobierno, y obliga a renunciar a Jorge Tadeo Lozano e impone como presidente a Nariño, el cual aceptó a condición de se le facultaran amplios poderes para derogar los artículos de la Constitución que sometían al Estado a la monarquía de Fernando VII.
En Cartagena, sucedió un movimiento semejante el 11 de noviembre de 1811, cuando los sectores populares y artesanos del barrio de Getsemaní, dirigidos por Joaquín Villamil, y vanguardizados por el Regimiento de Lanceros, compuesto por negros y mulatos, depuso y arrestó al presidente de la junta, el aristócrata García de Toledo, e impuso a Gabriel García de Piñeres.
Ese día se proclamó el Acta de la Independencia: “… que la provincia de Cartagena de Indias es desde hoy, de hecho y por derecho, Estado libre, soberano e independiente, que halla absuelto de toda sumisión, vasallaje, obediencia u otro vínculo, de cualquier clase o naturaleza que fuese, que anteriormente lo ligare a la Corona y gobierno de España y que, como tal Estado libre y absolutamente independiente, puede hacer todo lo que hacen las naciones libres e independientes”.
Al respecto dice Liévano Aguirre: “Este documento y las actas firmadas anteriormente en Mompós fueron las primeras e inequívocas declaraciones de independencia pronunciadas en la Nueva Granada y tales declaraciones, que excluían definitivamente el reconocimiento de Fernando VII y de la Regencia española, se debieron,…, a los hermanos Celedonio, Germán y Gabriel Gutiérrez de Piñeres. Si nuestra historia se hubiera escrito con criterio justiciero…, los hermanos Gutiérrez de Piñeres encabezarían, por derecho propio, la lista de próceres de nuestra independencia nacional”.
Frente al gobierno radical de Nariño en Bogotá, la oligarquía criolla montó un Congreso Federal, no representativo de la sociedad, trasladado a Ibagué y posteriormente a Tunja, donde más tarde se montó un gobierno a nombre de las llamadas Provincias Unidas, que alimentó una situación de doble poder, y de constante subversión contra el proyecto estatal centralista diseñado por el prócer. Inclusive se intentó derrocarlo atacando la capital, siendo aplastados por las milicias populares dirigidas por el propio Nariño, en enero de 1812.
A Nariño, la oligarquía neogranadina le señaló de “tirano”, “dictador” y “déspota”, mismas acusaciones que utilizaría contra Simón Bolívar, a partir de 1826, mientras que ella presentaba ante la sociedad sus propios actos arbitrarios como emanados del respeto del “estado de derecho”. Liévano reflexiona respecto a cómo estos argumentos han sido reiterados hasta el presente contra todos tribunos populares.
A este partido radical, le corresponde el mérito de gobernar en el periodo más duro, atosigado por los sabotajes permanentes del criollismo y en el campo de batalla (con Nariño, Miranda y Bolívar a la cabeza) le toca hacer frente a la contraofensiva realista que terminaría con la derrota de esta primera fase de la Independencia (1812-14).
Hay que anotar que ni Nariño en Nueva Granada, ni Miranda, ni Bolívar en Venezuela, nunca aplastaron al sector girondino, sino que, por el contrario, buscaron contemporizar tratando de ganarles, aunque infructuosamente. ¿Limitaciones históricas objetivas?
Pero también cabe otra pregunta: pese a las brillantes batallas ganadas por estos verdaderos héroes revolucionarios, ¿Cómo es posible que fueran derrotados por la reacción monárquica?
El partido realista promueve la lucha de clases
A dos siglos de distancia, podrá parecer inverosímil, pero en ese momento las autoridades españolas con la intención de socavar las entidades republicanas, minaron el poder económico de la burguesía criolla levantando la defensa de los derechos de los pueblos indígenas (los resguardos) y proclamando la libertad de los esclavos que se sumaran al ejército monárquico.
Estas medidas alejaron a las masas, en especial en el campo, del bando republicano. No por casualidad, en Nueva Granada, las provincias de Popayán y Pasto, predominantemente compuestas por población indígena y negra, fueron el bastión del realismo. Y es allí donde Nariño, después de reiteradas victorias sobre los realistas, y ante la evidente traición de oficiales alentados por el criollismo, cae prisionero (en Pasto) a manos de los grupos indígenas que defendían la ciudad, en mayo de 1814.
Pero fue en Venezuela donde esta lucha adquiriría una dimensión de Régimen del Terror. A las divisiones políticas que sufría Caracas, se sumó un poderoso terremoto que destruyó gran parte de la ciudad el Jueves Santo de 1812. Lo que permitió a la Iglesia usarlo como propaganda contra los republicanos, aduciendo que era un castigo divino, pues la proclama del 9 de abril, también había coincidido con esa fecha religiosa. En marzo de ese año, cuando el general Domingo Monteverde salió de Santa Marta para recuperar el control de Venezuela, por “los campos donde pasaba los campesinos salían a ofrecérsele como reclutas” (Uslar Pietri).
A mediados de año, por el occidente hubo alzamientos de esclavos insurrectos “que iban por los campos y haciendas de Barlovento saqueando y matando blancos”, a la “voz de viva el rey” (Uslar Pietri). El temor a esta insurrección lleva a Miranda a pactar un armisticio y capitulación con Monteverde, que fue el acta de defunción de la Primera República (julio de 1812). Miranda no sólo entregó la ciudad, sino que se embarcó él mismo hacia un exilio del que no volvería. Bolívar quería fusilarlo, a decir de O’Leary.
Pero aún no estaba nada decidido. El partido radical ( la Sociedad Patriótica ) ahora como ejército retornaría al poder, gracias al genio político y militar de Simón Bolívar que lanzó desde occidente, por la cordillera de Los Andes, la famosa Campaña Admirable y el decreto de la Guerra a Muerte (castigo para los españoles y perdón para los americanos, así fueran traidores). Bolívar, Ribas y Briceño por occidente y Mariño, Bermúdez y Piar por el oriente, aplastaron a las tropas realistas de Monteverde y recuperaron Caracas en julio de 1813.
Pero esta Segunda República sería literalmente destruida por una rebelión de los más explotados, salida desde los llanos del sur, y encabezada por un asturiano, de profesión marinero y luego tendero, José Tomás Boves. Lejos del control de la oficialidad realista, pero en su nombre, y sin levantar un programa claro, sino más bien el ánimo de venganza contra los explotadores, Boves movilizó contra la República decenas de miles de negros, mulatos y mestizos.
Uslar Pietri describe socialmente a los sectores en pugna (1813-14): “La oficialidad patriota era una oficialidad brillante, salida en su mayor parte de las filas del mantuanismo. No consideraban a sus tropas como iguales a ellos,…, predicaban justicia y libertad metafísica, derechos de papel que aquellos soldados no comprendían… al frente de los enemigos marchaba Boves, sin maneras y sin uniforme, medio desnudo, con la lanza en la mano. No hablando a sus hombres de libertades teóricas y de difícil comprensión, sino en su propio lenguaje, predicando el odio a los blancos y a los ricos, repartiendo las riquezas y permitiendo el desenfreno más total”.
Las tropas de Boves, en su afán de venganza social, no sólo eran fieras en el combate, donde no hacían prisioneros, sino que luego de tomadas las poblaciones y las haciendas se dedicaban al asesinato de todos los blancos, incluyendo mujeres y niños, y al saqueo de las propiedades de los criollos. Para ellos “todos los blancos eran godos”.
Se sembró primero el terror en las mentes y luego en las plazas y calles conforme avanzaba y ganaba batallas. Peor aún, los negros y pardos de las ciudades republicanas le colaboraban como espías y se sumaban a sus filas. Pero el terror también se aplicó en el sentido inverso, en febrero de 1814, fueron ejecutados más de mil españoles, la mayoría civiles, prisioneros en el puerto de La Guaira por orden del general Arismendi.
El 15 de junio de 1814, las fuerzas de Bolívar y Mariño fueron derrotadas por Boves en la batalla de La Puerta. El 6 de julio 20,000 personas abandonan la ciudad de Caracas a pie, por el monte, en dirección al oriente, resguardadas por lo que quedaba de las tropas de Bolívar y por él mismo. No les darían respiro, serían acosadas todo el camino, murieron al menos 8,000 personas. Las tropas de Boves les perseguieron a Barcelona y Cumaná, donde viendo Bolívar la derrota se embarcó hacia Cartagena.
Aunque Boves muere en batalla, se llevó consigo el cadáver de la Segunda República y de unas 130,000 personas que perecieron en la guerra civil, entre ellas lo mejor de la juventud revolucionaria de la época y de la élite criolla de Venezuela. Los “blancos” habían desaparecido de los pueblos.
Restaurado Fernando VII en España, se organizó una fuerza expedicionaria de 11,000 soldados al mando del general Pablo Morillo, la cual estaba dirigida originalmente contra la ciudad de Buenos Aires pero, ante los acontecimientos de Venezuela, fue desviada para controlar a las “castas” sublevadas.
Controlada Venezuela, Morillo dirigió sus armas contra Cartagena, que resistió un sitio de tres meses antes de rendirse por hambre, en el sentido literal del término. Tomada Cartagena por el realismo, Bogotá fue el siguiente objetivo de Morillo. Sorprendentemente (o tal vez no) en la capital fue recibido con honores por la misma casta criolla que había gobernado desde 1810. Lisonjeo que no impidió las ejecuciones ordenadas por Morillo, entre ellas la de Camilo Torres.
Por supuesto, los realistas no cumplieron ninguna de las promesas hechas a las masas de “color”. Por eso la restauración en América duró poco, y los mismos sectores sociales que derrotaron a Bolívar, los llaneros, posteriormente dirigidos por Páez, serían sus aliados, cuando retornara de Jamaica, esta vez con un programa social para ellos.
Según el historiador Félix Luna, a finales de 1815, el movimiento independentista parecía completamente derrotado en todos lados, salvo en Buenos Aires y Haití.
En el epílogo de esta primera fase de la Independencia , es Bolívar quien tiene la perspectiva más lúcida de lo que había pasado y de lo que estaba por venir: “Si el destino inconstante hizo alterar la victoria entre los enemigos y nosotros, fue sólo a favor de los pueblos americanos, que una inconcebible demencia hizo tomar las armas para destruir a sus libertadores y restituir el cetro a sus tiranos. Parece que el cielo, para nuestra humillación y nuestra gloria, ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros… Yo os juro que libertador o muerto, mereceré siempre el honor que me habéis hecho, sin que haya potestad humana sobre la Tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir, hasta volver por segunda vez a libertaros por la senda de occidente, regada con tanta sangre y adornada con tantos laureles”.
Bibliografía
1. Bolívar, Simón. Doctrina del Libertador. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1985.
2. Liévano Aguirre, Indalecio. Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Círculo de Lectores, S.A. Bogotá, 2002.
3. Luna. Félix. La independencia argentina y americana (1808-1824). La Nación y Grupo Editorial Planeta. Buenos Aires, 2003.
4. Uslar Pietri, Juan. Historia de la rebelión popular de 1814. EDIME. Caracas – Madrid, 1962
olmedobeluche@yahoo.es
http://www.aporrea.org/internacionales/a96542.html
Si alguien se atiene a las versiones sobre la Independencia hispanoamericana que ha producido la historia oficial, sólo puede salir tremendamente confundido: supuestas “unanimidades” nacionales de pronto se convierten en guerras civiles cruentas sin más causa aparente que el egoísmo de los llamados “próceres”. ¿Un ataque de locura general?
Hay que alejarse un poco del historicismo para comprender el asunto. Se requiere otra manera de abordar los hechos que permita captar la verdadera dimensión de los acontecimientos, los personajes, las causas que estaban en pugna. El método aportado por Carlos Marx, es un instrumento tremendamente esclarecedor: “La historia de la humanidad, es la historia de la lucha de clases”.
Cuando se aplica ese instrumento, como una lupa, sólo se puede exclamar: ¡Ah! ¡Ya entiendo! La Independencia fue producto de una gran lucha de clases sociales, cada una con un proyecto político, cada una con sus líderes, cada una con su propio concepto de la “nación”. Porque la existencia de clases precede a la existencia de la nación, ya que la forma específica del estado-nación la impone la clase que domina.
Contrario a lo que diría un amanuense al servicio de los descendientes de los criollos de 1810, esta propuesta metodológica no consiste en oponer una ideología apologética de los próceres a otra, sino de alcanzar una comprensión científica de los hechos, con la única convicción apriorística de que: “La verdad nos hará libres”.
Desde este enfoque, por ejemplo, no puede salir jamás la visión pueril de algunos pretendidos “marxistas” de un Bolívar cuasi socialista, sino el Bolívar real, revolucionario para su época, con todas sus luces y sus sombras, hijo de la oligarquía mantuana de Caracas, pero su hijo más radical. Esta perspectiva sí pone en evidencia, y esto es lo que temen los historiadores oficiosos, las inconsecuencias de nuestras clases dominantes, las cuales persisten hasta el presente.
No pretendemos hacer un recuento pormenorizado de los hechos, por demás imposible en pocas páginas, sino trazar un esquema que permita despejar la bruma. Para un conocimiento detallado existen muchas historias que se pueden consultar, pero preferimos, por su enfoque y aporte documental, la de Indalecio Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. A ella remitimos.
La revolución independentista fue un proceso
El vacío de poder producido por las Capitulaciones de Bayona, la invasión napoleónica de la península Ibérica y el desesperado llamado del Consejo de Regencia, de febrero de 1810, para que los españoles americanos, en igualdad con los peninsulares, asumieran la salvación de los últimos vestigios del imperio colonial, destaparon la Caja de Pandora, que ya no podría cerrarse hasta culminar en la completa Independencia en 1825.
Los criollos se apresuraron a reclamar su espacio en la administración del Estado que la organización estamental del régimen colonial les había negado hasta allí. Las autoridades coloniales, encabezadas por los virreyes, se resistieron en principio a compartir el poder político con los ricos hacendados y comerciantes criollos. Donde la oligarquía criolla era más medrosa, por temor a la enorme población indígena, como en México y Perú, prefirieron deponer sus intereses manteniéndose casi incólume el sistema virreinal y fueron sistemáticamente aplastados los intentos subversivos.
Sin embargo, el que se hayan sostenido los Virreyes en Perú y México, no quiere decir que no hubo sublevaciones populares: En Perú, Tacna en 1811 y 1813, en Huanuco en 1812, en el Cusco en 1814; en México, la Revolución dirigida por Miguel Hidalgo que si inició en Querétaro (16 de septiembre de 1810) se desplaza por todo el país (Guanajuato, Michoacán, Jalisco, hasta Chihuahua) hasta que es hecho prisionero y fusilado el 30 de julio de 1811; Morelos por su parte mantuvo la insurrección en la zona sur desde 1811 hasta noviembre de 1815, cuando es arrestado y fusilado también.
En cambio en las ciudades en que existía un gran sector popular mestizo, compuesto principalmente por artesanos, y sectores de capas medias como estudiantes, oficiales militares y profesionales, base social de un sector más radicalizado que la oligarquía criolla, sublevaciones populares sacaron el poder de manos de los virreyes y lo pusieron en manos de los criollos.
Así nacieron las Juntas proclamadas durante 1810 en Caracas (19 de abril), Buenos Aires (25 de mayo) y Santa Fe de Bogotá (20 de julio). Pero, superemos el equívoco, ninguna de estas tres juntas declaró la independencia, por el contrario, asumieron en nombre de los derechos de Fernando VII y del Consejo de Regencia.
A pesar de los deseos de los criollos, el diablillo de las consignas que inspiraron la Revolución Francesa (libertad, igualdad y fraternidad) se coló hasta lo más hondo de las sociedades hispanoamericanas. Junto a los moderados (girondinos) de la élite, surgió un partido claramente más radical (jacobino, republicano e independentista) y, todavía más a la izquierda de éste, en lo más profundo del sistema de castas colonial (pardos, mestizos, indios y negros) se fue armando otro partido, mucho más desorganizado, espontáneo, confuso, pero marcadamente revolucionario.
El partido realista, a su vez, no estaba derrotado. Se sostuvo en muchas ciudades como Santa Marta, Maracaibo, Popayán, Pasto, además de las capitales virreinales como Lima y México. Además, el realismo tuvo una influencia en las ciudades rebeldes a través de la alta jerarquía católica que se fue intocable en esta fase.
Este es el cuadro político general que explica los acontecimientos acaecidos entre 1810 y 1814, en que sucesivas revoluciones y guerras civiles sangrientas van desplazando el poder político de un bando al otro. Época que los historiadores colombianos han llamado de la “Patria Boba”. Concepto equívoco que, como bien señala Liévano Aguirre, sirve para ocultar la intensa lucha de clases que se desató y el papel inconsecuente, y a veces traidor, de muchos de los llamados “próceres”.
La Revolución Hispanoamérica inicia con la demanda reformista de participación política de los criollos en los órganos de gobierno, bajo el reconocimiento de la soberanía del Imperio Español en la persona de Fernando VII y el Consejo de Regencia (1810); para radicalizarse durante el año 1811-12, llevando al poder a los sectores jacobinos del criollismo que, entonces sí, proclaman la Independencia ; luego el partido radical de los criollos es llevado a la crisis, al menos en Nueva Granada y Venezuela, por sectores radicalizados del pueblo (indios, esclavos negros, pardos) que atacan los cimientos de la sociedad de clases bajo las banderas contradictorias del realismo (1812-14); lo que facilita la victoria momentánea de la reacción monárquica (1814-20). Todas las fichas se vuelven a repartir y el juego vuelve a empezar en una nueva fase revolucionaria (1818-25).
Los bandos políticos de la Patria Boba (Nueva Granada y Venezuela)
La proclamación de las llamadas Juntas en Santa Fe (Bogotá), Caracas y Cartagena dio paso a la inmediata formación de los partidos en pugna:
En Bogotá, la “fronda” criolla que se hizo con el poder el 20 de julio (1810), era de un liberalismo muy moderado, oscilando entre la monarquía y la república según soplaran los vientos, fue personificada por José Miguel Pey, Jorge Tadeo Lozano, Manuel de Pombo, Pedro Groot, Antonio Baraya y otros (incluyendo a Francisco de Paula Santander, todavía en segundo plano), capitaneados por su mente más brillante: Camilo Torres. Pero enfrente de este sector político, se organizó un partido más radical, popular, republicano y claramente independentista, dirigido por José María Carbonell, con base en el barrio popular de San Victorino, partido al que se sumaría posteriormente Antonio Nariño, para convertirse en su gran jefe. La ciudad quedó políticamente dividida en “carracas” y “chisperos”.
En Caracas sucedió algo parecido: la Junta y posterior Congreso quedaron, el 19 de abril de 1810, en manos de criollos moderados, que tampoco proclamaron la Independencia, encabezados por el presidente Rodríguez Domínguez, Antonio Briceño, elementos claramente proclives a la monarquía como el Padre Maya; pero en su oposición surgió la Sociedad Patriótica, verdadero partido jacobino, compuesto por jóvenes profesionales algunos de ellos hijos de la clase criolla, cuyos principales líderes son el propio Simón Bolívar, José Félix Ribas y, por un breve lapso, Francisco de Miranda.
En Cartagena, también asumió el poder una junta de “notables” encabezada por los García de Toledo, Castillo y Rada, Del Real, Díaz Granados; y en su bando opuesto el ala más radical del criollismo encabezada por los tres hermanos Gutiérrez de Piñeres, con base en Mompós y apoyo en el barrio popular de Getsemaní. Siendo justamente el Cabildo de Mompós el primero en declarar la independencia absoluta de España y de cualquier dominación extranjera.
En Nueva Granada (Colombia), fuera del Cabildo de Mompós, ninguna de las Juntas proclama la Independencia y discurren entre reconocer la soberanía de Fernando VII y el Consejo de Regencia (Cartagena), o sólo las del primero (Santa Fe, El Socorro y Pamplona), o reconocer ambos como a los gobernadores españoles (Popayán y Santa Marta) (Liévano Aguirre).
El otro problema es el de las soberanías territoriales de las ciudades, formándose dos bandos: el primero encabezado por Camilo Torres, que pretendía que permaneciera inalterable la organización política heredada de la colonia, con las mismas capitales provinciales; y una corriente emergente de ciudades que se proclamaban a su vez independientes de las que les habían controlado hasta allí. Así surgieron cabildos rebeldes, como el de Mompós frente a Cartagena; Sogamoso frente a Tunja; Buga y Cali frente a Popayán. Esta contradicción expresaba un conflicto de clase soterrado porque en ellos predominaba la población de “color” y en los contrarios la aristocracia criolla.
En Nueva Granada, el carácter moderado del criollismo se plasmó en la constitución claramente monárquica promulgada el 4 de abril de 1811, que ratificó la sujeción a Fernando VII y nombró a Jorge Tadeo Lozano, hijo del marqués de San Jorge, “vicegerente del rey”. La gente le gritaba en la calle: “Ahí va su Majestad Jorge I”.
La contraofensiva realista lleva al poder al partido jacobino:
Ante la pusilanimidad de las nuevas autoridades criollas, las fuerzas realistas intentan retomar el control, produciéndose a mediados de 1811, avances en la Guayana, al occidente de Venezuela, y en Popayán al sur de Colombia. Se temía en Bogotá una ofensiva militar proveniente de Maracaibo. Esta situación exacerba los ánimos, recrudece el debate político y lleva a los radicales a movilizar sectores populares de las ciudades contra los inoperantes gobiernos de los oligarcas.
En Caracas la Sociedad Patriótica , encabezada por Miranda y Bolívar, exigía medidas firmes y la declaratoria formal de Independencia; otro tanto, hacía en Bogotá Antonio Nariño desde su periódico La Bagatela.
En Caracas, donde había surgido casi una situación de doble poder entre el Congreso y la Sociedad Patriótica , en ella Bolívar decía: “No es que haya dos Congresos… Lo que queremos es que esa unión sea efectiva, para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad. Unirnos para reposar y dormir en los brazos de la apatía, ayer fue mengua, hoy es una traición. Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido… ¿Qué debemos esperar los resultados de la política de España? ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos, o que los conserve, si estamos resueltos a la libertad? Esas dudas son triste efecto las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! ¿Trescientos años de calma no bastan? ¿Se quieren otros trescientos todavía?... Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad sudamericana…” (citado por Juan Uslar Pietri en Historia de la rebelión popular de 1814).
En Bogotá, Nariño arengaba desde su periódico: “Nada hemos adelantado, hemos mudado de amos, pero no de condición. Las mismas leyes, el mismo gobierno con algunas apariencias de libertad, pero en realidad con los mismos vicios… Los mismos títulos, dignidades, preeminencias y quijotismo en los que mandan; en una palabra, conquistamos nuestra libertad para volver a ser lo que antes éramos”. Y en otra edición: “No hay medio; querer ser libres dependiendo de otro gobierno, es una contradicción; con que, o decretar de una vez nuestra independencia, o declarar que hemos nacido para ser eternamente esclavos” (citado por Liévano).
Ambas citas expresan la situación política imperante a mediados de 1811 y las demandas del partido jacobino. En Caracas la situación estalla primero, y una masa de gente, encabezada por los jóvenes radicales de la Sociedad Patriótica, se toma las entradas y graderías del Congreso Nacional e impone a los diputados, bajo amenaza de muerte, la Declaración de Independencia, el 5 de julio de 1811. Estos hechos sumados al ataque realista lanzado por el general Monteverde, llevarían al gobierno efímero de Francisco de Miranda, en 1812.
En Bogotá el partido radical encabezado por Antonio Nariño se hizo con el poder el 9 de septiembre de 1811, cuando una masa de gente, encabezada por los artesanos organizados en milicias, dirigidos por José María Carbonell, irrumpe en el Palacio de los Virreyes, donde sesionaba el gobierno, y obliga a renunciar a Jorge Tadeo Lozano e impone como presidente a Nariño, el cual aceptó a condición de se le facultaran amplios poderes para derogar los artículos de la Constitución que sometían al Estado a la monarquía de Fernando VII.
En Cartagena, sucedió un movimiento semejante el 11 de noviembre de 1811, cuando los sectores populares y artesanos del barrio de Getsemaní, dirigidos por Joaquín Villamil, y vanguardizados por el Regimiento de Lanceros, compuesto por negros y mulatos, depuso y arrestó al presidente de la junta, el aristócrata García de Toledo, e impuso a Gabriel García de Piñeres.
Ese día se proclamó el Acta de la Independencia: “… que la provincia de Cartagena de Indias es desde hoy, de hecho y por derecho, Estado libre, soberano e independiente, que halla absuelto de toda sumisión, vasallaje, obediencia u otro vínculo, de cualquier clase o naturaleza que fuese, que anteriormente lo ligare a la Corona y gobierno de España y que, como tal Estado libre y absolutamente independiente, puede hacer todo lo que hacen las naciones libres e independientes”.
Al respecto dice Liévano Aguirre: “Este documento y las actas firmadas anteriormente en Mompós fueron las primeras e inequívocas declaraciones de independencia pronunciadas en la Nueva Granada y tales declaraciones, que excluían definitivamente el reconocimiento de Fernando VII y de la Regencia española, se debieron,…, a los hermanos Celedonio, Germán y Gabriel Gutiérrez de Piñeres. Si nuestra historia se hubiera escrito con criterio justiciero…, los hermanos Gutiérrez de Piñeres encabezarían, por derecho propio, la lista de próceres de nuestra independencia nacional”.
Frente al gobierno radical de Nariño en Bogotá, la oligarquía criolla montó un Congreso Federal, no representativo de la sociedad, trasladado a Ibagué y posteriormente a Tunja, donde más tarde se montó un gobierno a nombre de las llamadas Provincias Unidas, que alimentó una situación de doble poder, y de constante subversión contra el proyecto estatal centralista diseñado por el prócer. Inclusive se intentó derrocarlo atacando la capital, siendo aplastados por las milicias populares dirigidas por el propio Nariño, en enero de 1812.
A Nariño, la oligarquía neogranadina le señaló de “tirano”, “dictador” y “déspota”, mismas acusaciones que utilizaría contra Simón Bolívar, a partir de 1826, mientras que ella presentaba ante la sociedad sus propios actos arbitrarios como emanados del respeto del “estado de derecho”. Liévano reflexiona respecto a cómo estos argumentos han sido reiterados hasta el presente contra todos tribunos populares.
A este partido radical, le corresponde el mérito de gobernar en el periodo más duro, atosigado por los sabotajes permanentes del criollismo y en el campo de batalla (con Nariño, Miranda y Bolívar a la cabeza) le toca hacer frente a la contraofensiva realista que terminaría con la derrota de esta primera fase de la Independencia (1812-14).
Hay que anotar que ni Nariño en Nueva Granada, ni Miranda, ni Bolívar en Venezuela, nunca aplastaron al sector girondino, sino que, por el contrario, buscaron contemporizar tratando de ganarles, aunque infructuosamente. ¿Limitaciones históricas objetivas?
Pero también cabe otra pregunta: pese a las brillantes batallas ganadas por estos verdaderos héroes revolucionarios, ¿Cómo es posible que fueran derrotados por la reacción monárquica?
El partido realista promueve la lucha de clases
A dos siglos de distancia, podrá parecer inverosímil, pero en ese momento las autoridades españolas con la intención de socavar las entidades republicanas, minaron el poder económico de la burguesía criolla levantando la defensa de los derechos de los pueblos indígenas (los resguardos) y proclamando la libertad de los esclavos que se sumaran al ejército monárquico.
Estas medidas alejaron a las masas, en especial en el campo, del bando republicano. No por casualidad, en Nueva Granada, las provincias de Popayán y Pasto, predominantemente compuestas por población indígena y negra, fueron el bastión del realismo. Y es allí donde Nariño, después de reiteradas victorias sobre los realistas, y ante la evidente traición de oficiales alentados por el criollismo, cae prisionero (en Pasto) a manos de los grupos indígenas que defendían la ciudad, en mayo de 1814.
Pero fue en Venezuela donde esta lucha adquiriría una dimensión de Régimen del Terror. A las divisiones políticas que sufría Caracas, se sumó un poderoso terremoto que destruyó gran parte de la ciudad el Jueves Santo de 1812. Lo que permitió a la Iglesia usarlo como propaganda contra los republicanos, aduciendo que era un castigo divino, pues la proclama del 9 de abril, también había coincidido con esa fecha religiosa. En marzo de ese año, cuando el general Domingo Monteverde salió de Santa Marta para recuperar el control de Venezuela, por “los campos donde pasaba los campesinos salían a ofrecérsele como reclutas” (Uslar Pietri).
A mediados de año, por el occidente hubo alzamientos de esclavos insurrectos “que iban por los campos y haciendas de Barlovento saqueando y matando blancos”, a la “voz de viva el rey” (Uslar Pietri). El temor a esta insurrección lleva a Miranda a pactar un armisticio y capitulación con Monteverde, que fue el acta de defunción de la Primera República (julio de 1812). Miranda no sólo entregó la ciudad, sino que se embarcó él mismo hacia un exilio del que no volvería. Bolívar quería fusilarlo, a decir de O’Leary.
Pero aún no estaba nada decidido. El partido radical ( la Sociedad Patriótica ) ahora como ejército retornaría al poder, gracias al genio político y militar de Simón Bolívar que lanzó desde occidente, por la cordillera de Los Andes, la famosa Campaña Admirable y el decreto de la Guerra a Muerte (castigo para los españoles y perdón para los americanos, así fueran traidores). Bolívar, Ribas y Briceño por occidente y Mariño, Bermúdez y Piar por el oriente, aplastaron a las tropas realistas de Monteverde y recuperaron Caracas en julio de 1813.
Pero esta Segunda República sería literalmente destruida por una rebelión de los más explotados, salida desde los llanos del sur, y encabezada por un asturiano, de profesión marinero y luego tendero, José Tomás Boves. Lejos del control de la oficialidad realista, pero en su nombre, y sin levantar un programa claro, sino más bien el ánimo de venganza contra los explotadores, Boves movilizó contra la República decenas de miles de negros, mulatos y mestizos.
Uslar Pietri describe socialmente a los sectores en pugna (1813-14): “La oficialidad patriota era una oficialidad brillante, salida en su mayor parte de las filas del mantuanismo. No consideraban a sus tropas como iguales a ellos,…, predicaban justicia y libertad metafísica, derechos de papel que aquellos soldados no comprendían… al frente de los enemigos marchaba Boves, sin maneras y sin uniforme, medio desnudo, con la lanza en la mano. No hablando a sus hombres de libertades teóricas y de difícil comprensión, sino en su propio lenguaje, predicando el odio a los blancos y a los ricos, repartiendo las riquezas y permitiendo el desenfreno más total”.
Las tropas de Boves, en su afán de venganza social, no sólo eran fieras en el combate, donde no hacían prisioneros, sino que luego de tomadas las poblaciones y las haciendas se dedicaban al asesinato de todos los blancos, incluyendo mujeres y niños, y al saqueo de las propiedades de los criollos. Para ellos “todos los blancos eran godos”.
Se sembró primero el terror en las mentes y luego en las plazas y calles conforme avanzaba y ganaba batallas. Peor aún, los negros y pardos de las ciudades republicanas le colaboraban como espías y se sumaban a sus filas. Pero el terror también se aplicó en el sentido inverso, en febrero de 1814, fueron ejecutados más de mil españoles, la mayoría civiles, prisioneros en el puerto de La Guaira por orden del general Arismendi.
El 15 de junio de 1814, las fuerzas de Bolívar y Mariño fueron derrotadas por Boves en la batalla de La Puerta. El 6 de julio 20,000 personas abandonan la ciudad de Caracas a pie, por el monte, en dirección al oriente, resguardadas por lo que quedaba de las tropas de Bolívar y por él mismo. No les darían respiro, serían acosadas todo el camino, murieron al menos 8,000 personas. Las tropas de Boves les perseguieron a Barcelona y Cumaná, donde viendo Bolívar la derrota se embarcó hacia Cartagena.
Aunque Boves muere en batalla, se llevó consigo el cadáver de la Segunda República y de unas 130,000 personas que perecieron en la guerra civil, entre ellas lo mejor de la juventud revolucionaria de la época y de la élite criolla de Venezuela. Los “blancos” habían desaparecido de los pueblos.
Restaurado Fernando VII en España, se organizó una fuerza expedicionaria de 11,000 soldados al mando del general Pablo Morillo, la cual estaba dirigida originalmente contra la ciudad de Buenos Aires pero, ante los acontecimientos de Venezuela, fue desviada para controlar a las “castas” sublevadas.
Controlada Venezuela, Morillo dirigió sus armas contra Cartagena, que resistió un sitio de tres meses antes de rendirse por hambre, en el sentido literal del término. Tomada Cartagena por el realismo, Bogotá fue el siguiente objetivo de Morillo. Sorprendentemente (o tal vez no) en la capital fue recibido con honores por la misma casta criolla que había gobernado desde 1810. Lisonjeo que no impidió las ejecuciones ordenadas por Morillo, entre ellas la de Camilo Torres.
Por supuesto, los realistas no cumplieron ninguna de las promesas hechas a las masas de “color”. Por eso la restauración en América duró poco, y los mismos sectores sociales que derrotaron a Bolívar, los llaneros, posteriormente dirigidos por Páez, serían sus aliados, cuando retornara de Jamaica, esta vez con un programa social para ellos.
Según el historiador Félix Luna, a finales de 1815, el movimiento independentista parecía completamente derrotado en todos lados, salvo en Buenos Aires y Haití.
En el epílogo de esta primera fase de la Independencia , es Bolívar quien tiene la perspectiva más lúcida de lo que había pasado y de lo que estaba por venir: “Si el destino inconstante hizo alterar la victoria entre los enemigos y nosotros, fue sólo a favor de los pueblos americanos, que una inconcebible demencia hizo tomar las armas para destruir a sus libertadores y restituir el cetro a sus tiranos. Parece que el cielo, para nuestra humillación y nuestra gloria, ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros… Yo os juro que libertador o muerto, mereceré siempre el honor que me habéis hecho, sin que haya potestad humana sobre la Tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir, hasta volver por segunda vez a libertaros por la senda de occidente, regada con tanta sangre y adornada con tantos laureles”.
Bibliografía
1. Bolívar, Simón. Doctrina del Libertador. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1985.
2. Liévano Aguirre, Indalecio. Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Círculo de Lectores, S.A. Bogotá, 2002.
3. Luna. Félix. La independencia argentina y americana (1808-1824). La Nación y Grupo Editorial Planeta. Buenos Aires, 2003.
4. Uslar Pietri, Juan. Historia de la rebelión popular de 1814. EDIME. Caracas – Madrid, 1962
olmedobeluche@yahoo.es
http://www.aporrea.org/internacionales/a96542.html
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