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jueves, 21 de enero de 2010

Cultural: ¿Pacto con el diablo o la maldición blanca?

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Cultural: ¿Pacto con el diablo o la maldición blanca?

Por: Miguel Crispín Sotomayor*


Cultural...Argos: Enero 21 de 2010...


Desde la Era Bush no había leído ni escuchado tantos disparates juntos. Ahora resulta que, para algunos, cuanta tragedia o desgracia acontece y han acontecido al pueblo haitiano desde “su independencia” son castigos divinos, debido, a un supuesto pacto que los esclavos de esa isla hicieron con el diablo a cambio de ser libres e independientes, y además, por sus prácticas del vudú.



El 13 de enero, uno de las tantos “elegidos” que “hablan con Dios frecuentemente”: el pastor evangélico norteamericano Pat Robertson, en su programa The 700 club de la CBN, refiriéndose a ese supuesto pacto entre los haitianos y el diablo, expresó que “desde entonces, han estado malditos en una cosa detrás de otra”



Otros “predestinados”, justifican la tragedia cotidiana de ese pueblo por el hecho de practicar una religión de origen africana.



De lo que se puede entender que si abandonan el vudú y practican el cristianismo, no sufrirán más sequías, inundaciones ni terremotos como el ocurrido recientemente.



Es decir, los haitianos son los únicos culpables de cuantas desgracias han padecido y de la situación de pobreza en que han vivido a lo largo de su historia.



De lo que no hablan esos señores, pero puedo sobreentenderlo, es si también es obra del diablo la contribución a la tragedia haitiana que hizo el colonialismo europeo, con posterioridad a su independencia ni de las invasiones y ocupaciones del ejército norteamericano, con el consiguiente control de la vida económica, política y social del país, la instauración de la dictadura de “Papa Doc” y los golpes de estados.



De esas maldiciones, no dicen cómo puede librarse el pueblo haitiano.



Se sabe que la historia es otra. Y de decirla se ocupa Eduardo Galeano, en un artículo publicado el 4 de abril de 2004 en el diario Página/12 de Buenos Aires, y que titula: “La maldición blanca”, donde dice:



El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.




Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.



Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud... Fue el último país en el mundo.



Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.




Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del África. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.



De la maldición blanca, no se habló.



La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:



¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?




El anterior.




Pues, que se restablezca.



Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados.




Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte... A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose... Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos.



A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación. Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad. Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar.




En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.



En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York. El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública. La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.



Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años. Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.




Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.




Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional.



En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso. Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.



En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.



Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente. Fin.



Han pasado varios años desde que Eduardo Galeano publicó ese articulo y es inobjetable su vigencia, como vigente está, más nunca, la tragedia del pueblo haitiano.



¿A quién culpar: al pacto con el diablo o a la maldición blanca?



El pacto con el diablo nadie puede probarlo. La maldición blanca, es evidente.



*Miguel Crispín Sotomayor. Cuba. Reside en La Habana. Graduado de Ingeniero Agrónomo Pecuario en la Universidad de La Habana. Ha escrito los poemarios: “En la Distancia” (África 1978-80), “Fantasmas de Quijote” (2006) y “En la redondez del tiempo” (2008-09). Este último inédito. También ha escrito cuentos, testimonios y artículos. Colabora habitualmente con las revistas literarias digitales “Inventiva Social”, “Poemas en Añil”, “Misionletras”, “La Buhardilla”, “Territorio de Encuentros”, ”Con Voz Propia”, “La Máquina de escribir”, “La Iguana”, “Mapuche”. “Revista Poeta”, “Novedades de la Cultura”, “Fragua Universal” y otras, editadas desde Argentina, así como “Letralia” (Venezuela); “Termita Caribe” (Colombia); “Comunidad Poética” (Chile); “Letras Uruguay” (Uruguay); “Artesanía Literaria” (Israel); “Isla Negra” (Italia); “Palabra diversas”, “Rincón de Poesía” y otras de España. Además, colabora con las publicaciones “Apia Virtual” y “Machetearte” de México. Poemas suyos han sido publicados en “La Jiribilla” de Cuba y en otras revistas y blogs de poetas de Argentina, Brasil, México, Perú, Colombia, Venezuela, España y EE.UU. Sus poemas han sido y son leídos ocasionalmente en programas radiales de dos emisoras argentinas, una de Perú, una de EE.UU. y otra de Francia. El 1ro. de enero del 2009 fue también publicado en Galicia su poemario “Fantasmas de Quijote” por la editorial Taller del Poeta (www.eltallerdelpoeta.com). Es Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES), de Poetas del Mundo y de la Sociedad Mundial de Poetas. Poeta Fundador del Primer Museo de la Poesía Manuscrita, San Luís, Argentina. Director del Movimiento Cultural del Proyecto de Contra información ArgosIs-Internacional en la Red (http://espanol.groups.yahoo.com/group/ArgosIs-MovCultural)…

Enviado por:

Marcos Jesús Concepción Albala
Director de Argos Is-Internacional
MIEMBRO DE LA 'CAMACOL' Y DE LA 'FELAP'
argosisdirector@yahoo.com

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