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lunes, 22 de septiembre de 2014

USA y el Terrorismo antes y después del 9/11

USA y el Terrorismo antes y después del  9/11
Manuel S. Espinoza J.

Para  inicio de los años 80, el gobierno estadounidense practicó una política exterior centrada en el uso de fuerzas militares irregulares en función de desestabilizar regímenes comunistas existentes, a su entender, en Nicaragua, Angola y Afganistán. Los contras, la UNITA y los dushmanes dirigidos por Al-Qaeda, respectivamente, eran su brazo desestabilizador. Estas fuerzas alcanzaron un nivel combativo que, presuntamente, en menor tiempo, debía lograr sus fines desestabilizadores, en comparación con las décadas que a las clásicas guerrillas de izquierda, conocidas hasta ese momento, les había llevado para derrocar el sistema de dictaduras militares que EEUU había establecido en el planeta. La CIA fue la encargada de dirigir a todas estas fuerzas.

Cuando, en 1985, dentro de las estructuras de la CIA se fundó el Centro Antiterrorista, toda la experiencia de dirección de fuerzas irregulares aprendida por Duane Clarridge -mismo que dirigiera las operaciones de la misma contra el gobierno sandinista hasta 1984-, fue puesta en función de proyectos globales a futuro de la política estadounidense.

La vinculación de la CIA en operaciones desestabilizadoras está más que documentada en las memorias de sus propios oficiales operativos. Milt Bearden, en su obra Main Enemy, explica cómo desde  Pakistán se dirigía la guerra contra los soviéticos. Con la ayuda de Arabia Saudita y Pakistán se convirtió a Al-Qaeda en una fuerza fundamentalista antisoviética con tremendos resultados. Corolario, los talibanes finalmente tomaron el poder.

Más tarde, el derrumbe de la Unión Soviética dejó un vacío para el Complejo Militar Industrial estadounidense que busca siempre un enemigo a quien combatir para preservar sus intereses. La invasión de Irak a Kuwait vino, aunque en menor nivel, a  subsanar esa “carencia”. Y cuando EE.UU, en 2001, forjó una alianza internacional contra Afganistán, Al-Qaeda se rebeló contra el mismo, convirtiéndose en su enemigo mortal,  al grado de llevar la “guerra” a EE.UU con el ataque terrorista del 9/11 que, en verdad, no fue más que un acción perpetrada por la misma administración del segundo de los Bush en la presidencia de este país.

Por esa y otras razones, es más que erróneo afirmar que el 9/11  tomó por sorpresa a la inteligencia estadounidense. Nadie, salvo esta fuerza genocida, podría dimensionar qué ocurriría en el mundo trece años después. De esta suerte, sobre un terreno que previamente había preparado, EEUU actuó bajo la mampara de su nueva política global “antiterrorista”. Condoleezza Rice, en sus memorias (No Higher Honor), expresa lo difícil que fue para su país encontrar aliados internacionales para “combatir” al “terrorismo”.

No es de extrañar que Richard Clark,  ex funcionario del Consejo de Seguridad Nacional en su obra Against all “Enemies”, detalle con qué facilidad Cofer Black, funcionario de la CIA que participó en el análisis post ataque del 9/11, presentó un plan de retaliación contra los talibanes en Afganistán, tras achacarles lo que había sido obra de gatos caseros, el atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono el 11 de septiembre de 2001.

Dos años más tarde, en 2003, la mentira siguió apareciendo con profusión, cuando en función de los intereses económicos del Vicepresidente Dick Cheney, se afirmó sin fundamento alguno de por medio, la existencia de un programa nuclear iraquí. Sin embargo, aun cuando fue demostrada la falta de argumentos para justificar la guerra contra Iraq, este país sigue soportando una realidad en la que los ríos de sangre sobre su territorio siguen su curso indetenible. Poco o nada importa, así, que un ex diplomático estadounidense de apellido Wilson, desmintiera la compra de material para centrífugas por parte de Iraq, desencantándose cuando, en el discurso de la Nación, el presidente George W. Bush hiciera referencia a esa falsamente endilgada compra como prueba contra Saddam Hussein.  

Al-Qaeda se trasladó a la parte musulmana de la ex Yugoslavia, apoyando su cercenamiento territorial. Esta misma fuerza intervino en Kosovo, Chechenia, Libia, Siria e Irak. Y más allá de la por completo falsa historia sobre la ejecución de su líder Osama Bin Laden (que murió de un severo problema renal en 2001), la  presencia de esta organización se hace sentir, hoy en día, incluso en Ucrania. Y prácticamente ha adquirido la bandera del “internacionalismo” árabe fundamentalista. 

Hoy en día, con trece años de presencia militar estadounidense en Afganistán y diez en Iraq, Al-Qaeda aparece proliferada en el radar del terrorismo internacional que el mismo Occidente genera. Otros grupos como ISIS y el llamado EL, han obtenido mucha fuerza militar al norte de Iraq y una  capacidad desestabilizadora a nivel regional, lo que demuestra que la guerra contra el “terrorismo” es pura mampara y sólo brinda frutos a EEUU, al Pentágono y a la Unión Europea.

De esta suerte, el modelo asimilado y remodelado de utilización de enormes fuerzas irregulares, estrenado en los 80 y 90, sigue siendo una herramienta eficaz en la política occidental de balance y distribución de poder en Medio Oriente.

Existe un nuevo movimiento fundamentalista también islámico (ISIS), que reclama enormes territorios árabes con miras a convertirlo en un sólo califato. Cruel y atrozmente ejecuta a centenares de cristianos y los entierra vivos en fosas comunes. Y, por eso de las apariencias que conviene guardar, declara llevar  nuevamente a la guerra a EEUU, como supuestamente lo hizo Al-Qaeda el 9 de septiembre del 2001. Para reforzar las apariencias, decapitó, de verdad o de mentira, a periodistas estadounidenses e ingleses, justo días antes de que se conmemorara otro año más de las víctimas del 9/11.

Precisamente esa patraña de la guerra contra los grupos terroristas que actúan bajo mandato imperial y bajo una falsa bandera antioccidental, sirve de pábulo a la administración Obama para justificar que la aviación de su país pueda, nuevamente, bombardear Iraq y, de paso, Siria, en contra del gobierno de Bashar Al- Assad.

Naturalmente, Assad no tiene el propósito de permitir que los aviones estadounidenses violen el espacio aéreo de Siria. Tampoco piensa cruzarse de brazos ante la posibilidad de que Arabia Saudita, aliada incondicional de EEUU en Medio Oriente, amenace a su país entrenando y financiando a todos los grupos fundamentalistas que han sido creados y promovidos por Occidente, precisamente con el objetivo de apoderarse del territorio de esta nación árabe que resiste al imperio. Pero tampoco Rusia está dispuesta a permitir que EEUU y sus selectos terroristas se salgan con la suya…

Para concluir, hay patrones que se deben señalar como indicadores de las estrategias ejecutadas por EEUU y las fuerzas terroristas que le siguen su juego geoestratégico.

1) Formación de Al-Qaeda para desestabilizar el Afganistán de los 80.

2) El falso deslindamiento de esta organización respecto a su dirección por parte de EEUU.

3) La falsa metamorfosis antiestadounidense de la misma.

4) Los también fingidos ataques psicológicos a blancos estadounidenses, aunque puedan haber de por medio víctimas reales.

5) El incremento de las capacidades militares regionales de desestabilización de estas fuerzas, lo que no ha surgido del aire sino del propósito estadounidense de apoderarse de todo Medio Oriente, haciendo uso de ellas en función de sus intereses geoestratégicos, aunque Obama diga combatirlas.

Al igual que contra el Afganistán del 2001 o el Iraq de Sadam Hussein del 2003, EEUU está formando una coalición internacional pretendidamente contra ISIS, en realidad contra Siria. Igual lo hicieron con Al-Qaeda en su momento...

En realidad, aunque parte del mundo espere otra cosa, los  resultados de la lucha contra el "terrorismo" de parte de EEUU son los mismos que esta potencia imperialista se ha trazado a lo largo de un siglo de planificación estratégica.

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