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viernes, 4 de enero de 2013

La vía asociativa hacia el socialismo*



La vía asociativa hacia el socialismo*

Orlando Núñez Soto




Introducción
El socialismo de Estado
El socialismo de mercado
La socialdemocracia y el Estado de Bienestar
Los movimientos de liberación nacional y el socialismo
La vía asociativa y autogestionaria al socialismo
1    La importancia del Estado
2. La importancia de la  soberanía nacional y el antiimperialismo
3.    La realidad del mercado
4.    La economía popular individual
5.    La economía popular asociativa
6.    Los consejos de gestión política
7.    Los consejos sectoriales
8.    La gestión de empresas comunitarias
9.    Los gobiernos municipales y autonómicos
10.  Los movimientos de izquierda de orientación socialista
11. La unidad latinoamericana

  
*Tomado de la Revista Correo No.24 (noviembre-diciembre 2012)


Introducción



En la tradición marxista-leninista, el socialismo fue concebido como una fase de transición hacia el comunismo. Se establecían, pues, dos momentos o etapas separadas, a saber, el socialismo como transición y el comunismo como meta final.


Por comunismo se entendía una sociedad universal sin división del trabajo, por lo tanto sin propiedad privada ni clases sociales, sin división entre el campo y ciudad, sin división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, sin explotación de la fuerza de trabajo, sin Estado. Se suponía un desarrollo tal de las fuerzas productivas, que en medio de dicha abundancia el trabajo como fatiga desaparecería dando lugar a un trabajo gratificante.


En cuanto al socialismo, en tanto que transición, se partía de una revolución política donde la burguesía era suplantada por el proletariado en tanto clase mayoritaria, el que se haría cargo del Estado y desde el cual se sustituiría al mercado por un plan económico. Esta acción era además la última tarea que el proletariado hacía como tal, a partir de la cual también desaparecería como clase y los trabajadores se convertirían en productores libremente asociados, organizados alrededor de un plan. En un primer momento y para llevar a cabo tales tareas, se establecía transitoriamente la dictadura del proletariado, en tanto que clase hegemónica, pudiendo tal hegemonía establecerse en forma dictatorial o democrática según las circunstancias, tal como sucede ahora bajo la hegemonía de la burguesía. Todo esto suponía que la revolución comenzaría en los países más industrializados del mundo, donde se regularía la producción y el tiempo de trabajo; en otras palabras, cuando la economía empezaba a producir de más (sobre-producción) comenzaba a bajarse el tiempo de trabajo; de esa manera se pondría fin a la anarquía del mercado y a las crisis de sobreproducción que desde el siglo antepasado comienzan a meter en crisis al sistema.


Existen, pues, al menos, dos conceptos y realidades que tienen una gran importancia, como son el proletariado, en tanto clase explotada y redentora, y el Estado, en tanto que instrumento para transitar hacia el socialismo. El Estado se transformaba en administrador de las cosas, en vez de opresor de la gente; mientras que el proletariado se transformaba en productor asociado, momento hasta el cual podría hablarse de socialismo.


Lo que quiero rescatar o subrayar en este proceso es la preponderancia que tiene la creación del nuevo sujeto histórico, muy por encima de la nacionalización-estatización o puesta en manos del Estado de todas las fuerzas productivas, lo que apenas era un momento perentorio. Lo fundamental o el punto crucial no radicaba en el Estado, sino en su desaparición, aún como administrador central de la economía. El momento crucial era la desaparición del trabajo asalariado y la emergencia de la “unión de productores libremente asociados, actuando conforme a un plan”.


Tanta prioridad concedían los clásicos al nuevo sujeto histórico para caracterizar al socialismo por sobre la estatización o nacionalización de la economía, que hasta la nacionalización total era apenas considerada como un momento de la transición, como lo muestra el siguiente párrafo escrito por Engels (Del socialismo utópico al socialismo científico): “De un modo o de otro, con o sin trust (corporaciones), el representante de la sociedad capitalista, el Estado, tiene que acabar haciéndose cargo del mando de la producción”. En el mismo texto agrega, sin embargo: “Pero las fuerzas productivas no pierden su condición de capital al convertirse en propiedad de las sociedades anónimas y de los trust o en propiedad del Estado. El Estado moderno no es más que una organización creada por la sociedad burguesa para defender las condiciones exteriores generales del modo capitalista de producción contra los atentados, tanto de los obreros como de los capitalistas individuales”. “El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina, es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuanta más fuerzas productivas asuma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza, llega al extremo, a la cúspide. Más, al llegar a la cúspide, se derrumba. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno el medio formal, el resorte para llegar a la solución”. “Ni Napoleón, ni Bismark, ni el gobierno belga tienen nada de socialistas solamente por haber nacionalizado los ferrocarriles y otras grandes empresas”, agregaba Engels.


¿Cuándo entonces, a criterio de Engels, las fuerzas productivas dejaban de ser capital? Nos preguntamos nosotros. A lo que Engels respondía: “Para esto, no hay más que un camino: que la sociedad, abiertamente y sin rodeos, tome posesión de esas fuerzas productivas, que ya no admiten otra dirección que la suya” (…) “Tan pronto como penetremos en su naturaleza, esas fuerzas, puestas en manos de los productores asociados, se convertirán, de tiranos demoníacos, en sumisas servidoras”. En otras palabras, es la organización de los trabajadores haciéndose cargo directamente de los medios de producción, conforme a un plan establecido por ellos, lo que garantizaría el fin del mercado, el fin del capital y por tanto el fin de toda diferenciación social, al menos en términos económicos.


“El primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia”, rezaba la primera medida de la revolución política sugerida por el Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Marx y Engels en 1848. Estos mismos revolucionarios sugerían un conjunto de medidas a implementarse con el fin de enrumbarse hacia la construcción del socialismo, a saber: “1. Expropiación de la propiedad territorial, 2. Fuerte impuesto progresivo, 3. Abolición del derecho de herencia, 4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos, 5. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo, 6. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte, 7. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado, 8. Obligación de trabajar para todos, 9. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a desaparecer gradualmente la diferencia entre el campo y la ciudad, 10. Abolición del trabajo de los niños, tal como se practica hoy; régimen de educación combinado con la producción material”. Una vez implementadas estas medidas, el propio  proletariado comenzaría a desaparecer como clase y a convertirse en un nuevo sujeto histórico. El socialismo para Marx se caracterizaba como la “Unión de Productores Libremente Asociados alrededor de un plan”.


Toda esta situación suponía partir de una sociedad capitalista donde existiera la mayor concentración del capital en unas cuantas empresas o incluso en propiedad del Estado. Asimismo, suponía una estructura social donde el proletariado fuese la clase mayoritariamente dominante. Es decir, condiciones que están, hoy por hoy, lejos de vislumbrarse en cualquier país del mundo, a pesar de la enorme concentración de capital que en cada crisis pasa a manos de unas pocas corporaciones industriales, comerciales y bancarias, incluso a manos de los Estados. Por lo tanto la emergencia histórica de revoluciones políticas con orientación socialista que tuvieron que emprender una serie de medidas que hicieran madurar la  sociedad hasta alcanzar el punto desde el cual enrumbarse hacia el socialismo.


Como sabemos, todas estas medidas fueron aplicadas por Lenin al desencadenarse la Revolución Rusa iniciada en 1917. A la Revolución Rusa sucedieron otras revoluciones, pero  ninguna de estas revoluciones se hizo en países industrializados, sino más bien en países rurales y llenos de pequeños productores; revoluciones políticas que inmediatamente después de la toma del poder por un partido marxista intentaron enrumbarse hacia una sociedad socialista y cuyos rasgos fueron los siguientes: estatización mediante confiscación a la burguesía de los grandes medios de  producción o de la industria pesada, el comercio nacional e internacional y la banca; organización de los soviets o consejos de obreros encargados de sustituir a la burguesía como agente económico y político; cooperativización de los pequeños productores mercantiles, mientras se les hacía transitar hacia la colectivización total; sustitución del mercado por la planificación estatal para orientar la producción, fijar los precios y  asignar los recursos; remuneración de acuerdo al trabajo y satisfacción social de las necesidades básicas para todo el pueblo.


El modelo marxista-leninista funcionó en gran parte, pero con ciertas limitaciones. Finalmente, el modelo soviético terminó sucumbiendo, como modelo social, frente a la competencia del imperialismo debido a un conjunto de razones: razones políticas (concentración del poder en una minoría), razones económicas  (productividad regresiva en la competencia mundial), razones sociales (insatisfacción  de las masas por carencia de un consumo de bienes de vitrina). En todo caso, la revolución no pudo llevarse a cabo en todo el mundo y el proyecto socialista quedó circunscrito a un grupo de países; el proletariado no llegó a ser la clase mayoritaria, pues las revoluciones se llevaron a cabo en países agrarios con bastante retraso económico respecto a los países industrializados; la propiedad privada y los propietarios se multiplicaron, sobre todo en el campo, a través de una reforma agraria impulsada por el Estado a favor del campesinado; los  soviets no lograron empoderarse y el partido comunista se hizo cargo, cual albacea del proletariado, de administrar la producción y la economía en su conjunto, convirtiéndose sus funcionarios en una burguesía de Estado, no porque poseyera la propiedad de los medios de producción estatales, sino porque (cuestión de fondo) la gestionaban en lugar de los trabajadores.


Al final y después de un siglo de experiencias socialistas, de una u otra manera, el mercado y la democracia electoral, terminaron disolviendo, contaminando o entronándose en mayor o menor medida en el seno de aquellas experiencias.
Después del fracaso de este modelo, muchos intelectuales y líderes políticos siguen discurriendo sobre las vías de un socialismo diferente, nuevo o renovado, proponiéndose tomar distancia del liberalismo económico o neoliberalismo por un lado, como del socialismo estatista y autoritario por otro lado. Propósito que no siempre se logra satisfactoriamente; algunos se hacen la ilusión de que basta con instaurar la democracia electoral y tomar medidas para disminuir la extrema pobreza o la pobreza para llamarse socialistas. La verdad es que en las actuales circunstancias (economía de mercado + hegemonía del capital + competencia en el mercado mundial con el modo de vida capitalista occidental), el discurso y la pretensión socialistas, llámese como se llame, difícilmente logran contrarrestar la tendencia concentradora y excluyente del mercado, hegemonizado por el capital, agrandando la gran brecha social existente, tanto a nivel nacional como internacional.


Mi opinión al respecto es que en vez de hablar de construir una sociedad socialista como transición hacia el comunismo, es más realista hablar previamente de un modelo social de transición hacia el socialismo. Por lo tanto, en este artículo, no pretendo plantear la construcción del socialismo, mucho menos de construir el comunismo, ni siquiera de construir una sociedad igualitaria, sino de luchar para superar las contradicciones que  el capitalismo no puede ni quiere hacer, como es lograr que cada quien tenga las mismas oportunidades para realizarse dignamente en la sociedad. En otras palabras y a diferencia de muchos colegas, voy a limitarme a analizar los esfuerzos emprendidos en América Latina para superar y/o revertir el neoliberalismo en condiciones establecidas por la realidad de cada país o formación social. Específicamente, voy a hablar de una vía que yo llamaría asociativa y autogestionaria, en tanto que etapa de transición al socialismo, más que intentar pretender encontrar un “socialismo del siglo XXI”, alejado del socialismo de Estado, cuyo modelo paradigmático fue el de la Unión Soviética, o del socialismo de mercado), cuyo modelo paradigmático es el actual modelo chino, o de la economía social de mercado, pregonada por la socialdemocracia. La referencia conceptual estaría emparentada más bien con la experiencia histórica de los movimientos de liberación nacional, surgidos de la voluntad política de una izquierda de orientación socialista y cuya tarea principal se asienta en su lucha contra el imperialismo en cualquiera de sus formas.


Esta reflexión tiene como brújula la lucha política para ensayar concretamente un conjunto de posibilidades donde todos recibamos de la sociedad las mismas oportunidades para realizarnos. Por ejemplo, la misma oportunidad para educarse y sanarse; la misma oportunidad para trabajar y tener los ingresos necesarios para vivir dignamente, es decir, igual al resto de sus semejantes; la misma oportunidad para organizarse y participar en la gestión de las cosas públicas; en fin, la misma oportunidad para amar. Cosas que como sabemos no suceden ni pueden suceder en las sociedades capitalistas, mucho menos en las sociedades capitalistas subordinadas al mercado mundial o al capitalismo globalizado. Supuestamente, en los países colonialistas, imperialistas o neocolonialistas, hay mayores oportunidades que en los países colonizados, neo-colonizados o imperializados para acceder a satisfacer las necesidades básicas requeridas por lo que se ha dado en llamar el bien común, aunque como sabemos la crisis capitalista de sobreproducción con todas sus secuelas está llegando incluso a Europa y Estados Unidos, golpeando no solamente a la clase trabajadora, sino también a los propios empresarios, sobre todo medianos y pequeños.


El socialismo de Estado



A inicios del siglo pasado se intentó construir una sociedad socialista en Rusia, convertida después de la revolución en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Una sociedad donde los principales medios de producción y de cambio fueron gestionados por el Estado y por las cooperativas, marginando la propiedad individual de los medios de producción. Una sociedad que conoció desde muy temprano la experiencia activa del nuevo sujeto histórico (social, político y económico), encarnado en los Soviets o Consejos de trabajadores o de soldados. Una sociedad donde la acumulación originaria se llevó a cabo trasladando excedentes del campesinado hacia el proletariado industrial. Una sociedad que logró ofrecer la igualdad de oportunidades en todos los campos de la vida social. Una sociedad que lideró y apoyó a muchos países hacia un modelo soviético, compitiendo, alcanzando y superando en muchos campos a las sociedades capitalistas industrializadas. Muy pronto, sin embargo, antes de la muerte de su inspirador (Lenin), el Partido Comunista, que dirigía todo el movimiento tuvo que reconocer la importancia del mercado y de los capitales para el desarrollo de las fuerzas productivas, lo que se hizo a través de la NEP o nueva política económica, a pesar de una etapa de férrea colectivización estaliniana. En todo el tiempo que duró esta experiencia (alrededor de un siglo), el gestor político y económico principal fue la burocracia estatal. Valga decir, que en los países socialistas que de alguna manera siguieron el modelo soviético, la población accedió en poco tiempo a un nivel de vida superior al resto de países agrarios del llamado tercer mundo. Se priorizó exitosamente el bienestar económico y social, haciendo caso omiso, sin embargo, de las libertades políticas. Este modelo implicaba un impulso revolucionario desde arriba, pues la mayoría de la población no era necesariamente revolucionaria, de lo contrario no hubiera sido necesario hacer la revolución.


Como bien sabemos el modelo se derrumbó desde adentro por falta de libertades políticas, pérdida de competitividad en el concierto mundial, carencia de un consumo de bienes y servicios que la gente admiraba en el occidente capitalista y que la industria ligera de aquellos países no pudo priorizar. Hoy en día, los antiguos países de la Europa del Este se han convertido en países completamente capitalistas, llegando algunos a alinearse en forma reaccionaria con el imperialismo encabezado por Estados Unidos: lo que tomó casi un siglo en construirse se desmoronó en pocos días.


Una de las principales lecciones de aquellas experiencias es que no se puede emprender medidas de orientación socialista, sin contar con una mayoría política en el seno de la población involucrada. La otra lección es que cuando las deseadas relaciones de producción (bienestar social) avanzan más rápido que las fuerzas productivas (industrialización), ambas terminan derrumbándose. Por ello es que después de un siglo de experiencias socialistas asistimos a un proceso donde las funciones del Estado regresan al mercado, sin que dicho mercado pueda separarse de su tendencia hacia el capitalismo tal cual (diferenciación social + clases sociales + empobrecimiento y pauperización generalizados).



El socialismo de mercado


Una constante en el recorrido de las experiencias socialistas ha sido la voluntaria o involuntaria transición del socialismo de Estado hacia una progresiva mercantilización, algunas veces igual a la que proponen e imponen los modelos neoliberales. En algunos casos, esta transición se declara como socialismo de mercado, otras veces se ha declarado la necesidad de las circunstancias como una innovadora virtud.


Como paradigma del socialismo de mercado escogeremos el declarado caso de China. El país más poblado de la tierra (1,200 millones de habitantes), desencadenó una revolución (1949) basada en el modelo soviético, pero a partir de los años setenta, desde la dirección y voluntad del Partido Comunista y bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, giró hacia el socialismo de mercado con un éxito económico y social sin precedente en la historia del desarrollo económico, en cuanto a la industrialización del país y al nivel de vida de su población, superando incluso al desarrollo alcanzado por los grandes países industrializados de occidente.


En China, la acumulación económica se basó en la explotación de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales internos, más en el campo que en la ciudad, así como en la captación de excedentes (plusvalía) en el mercado mundial. Al igual que en el socialismo de Estado, los principales medios de producción en China, sobre todo estratégicos, son gestionados por la burocracia estatal, pero permitiendo y estimulando la competencia interna de capitales privados, nacionales e internacionales. Existen al menos tres diferencias de la experiencia de China con respecto a aquella de la Unión Soviética que le han permitido al Partido Comunista chino mantenerse en el poder, a saber, a) Conceder tanta importancia a la industria ligera de medios de consumo (sector II de la economía) como a la industria pesada de medios de producción (sector I de la economía), b) liberación del mercado de bienes de consumo para la producción mercantil como de los bienes de capital para los empresarios capitalistas de todos los tamaños, c) Mantenimiento de una férrea centralización por parte del aparato estatal conducido por el partido de gobierno (el partido comunista). Vale la pena señalar que muchos países asiáticos capitalistas han tenido el mismo éxito económico con un modelo parecido (Estado fuerte,  liberación del mercado para bienes ligeros, planificación).


Antes de continuar permítaseme una digresión. Hay dos ilusiones que el capitalismo ha logrado sembrar exitosamente en las masas, a saber, la libertad política + la vitrina de bienes de consumo. En la Unión Soviética se privó a la población de muchas libertades cívicas o políticas y de vitrinas a la usanza de occidente. En China, a falta de elecciones pluripartidistas se ofrecen vitrinas por todos lados, lo que le ha permitido sobrevivir política y económicamente. En otras palabras, el modelo chino recurrió tempranamente al mercado interno para estimular la productividad del trabajo de la industria ligera, satisfaciendo así el apetito consumista de las masas, a la par que desde el Estado alentaba, en competencia con las potencias imperiales, el desarrollo estratégico de los grandes medios de producción, aparejando la industria civil con la industria militar. Este modelo chino ha tenido éxito económico y social, aún en los países pequeños y medianos, como es el caso de los países asiáticos, tanto los de orientación socialista (Corea del Norte o VietNam) como de orientación capitalista (Taiwán o Corea del Sur), lo que hace sospechar que el éxito está dado por la combinación de un Estado-partido centralizado + un mercado albergando progresivamente capitales de todos los tamaños + un plan central orientando impositivamente la economía en su conjunto + un estímulo material a la productividad del trabajo a través del consumo de masas generado por la industria ligera.


La verdad es que desde lo que ellos llaman socialismo de mercado, la sociedad china se encamina a pasos acelerados hacia la formación de una creciente y multimillonaria burguesía privada y hacia una creciente brecha en la distribución del ingreso. Todo parece indicar que ni la concentración productiva mayoritaria en manos del Estado, ni la subordinación del mercado a un plan de crecimiento económico, ni la preferencia por el capitalismo nacional o por la burguesía nacional (aún apoyados por una pujante clase obrera, como sucede en la democracia burguesa de los Estados de Bienestar), garantizan un futuro socialista. Al respecto existe una polémica puesta en agenda por quienes proponen que no es lo mismo economía de mercado que capitalismo y que por lo tanto es legítimo hablar de socialismo de mercado. La verdad es que es mucho más difícil demostrar que hoy en día pueda existir el mercado sin albergar en su seno el modo de producción capitalista.


La socialdemocracia y el Estado de Bienestar


Desde los inicios del pensamiento marxista, sobre todo a finales del siglo XIX, se generó una corriente, llamada socialdemócrata, que como alternativa a la violencia revolucionaria y a la imposición de la dictadura de un partido único, planteó la posibilidad del socialismo por la vía pacífica y democrática. Puede afirmarse que el Estado de Bienestar alcanzado por los países europeos es el prototipo de ese socialismo pregonado. En estos países, los partidos socialistas y comunistas fueron legalizados y en algunos países han alcanzado el gobierno a través de elecciones, sin embargo, funcionan completamente como economías de mercado capitalistas, aunque con una fuerte base obrera y con grandes logros alcanzados en materia de bienestar social, al menos hasta fechas recientes en que comenzaron a implementar una política neoliberal.


Esta corriente tuvo la ventaja de llevarse a cabo en países que estaban a la cabeza de la industrialización, la clase obrera constituía la clase mayoritaria y con una fuerte conciencia de clase, incluso de filiación marxista, como para arrancarle al capital un nivel de vida por encima del promedio mundial. Como ya lo señalaba Lenin se trataba de una especie de aristocracia obrera, cuyos privilegios cabalgaban sobre la explotación de los países del llamado Tercer Mundo.


Hoy sabemos que esos países, europeos y no europeos, han sido países que lograron hegemonizar el mercado mundial y por lo tanto explotar a través de los desiguales términos de intercambio a los países proletarizados del mundo restante. En otras palabras, el nivel de vida o los menores índices de diferenciación social de la población de estos países, estuvieron respaldados por la miseria rampante en sus colonias de ultramar, es decir, sobre los hombros de la mayor parte de la humanidad entera. Y digo estuvo porque actualmente, la emergencia de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ha comenzado a ponerle límites a la fácil explotación colonial que tuvieron los países occidentales durante los últimos siglos. La verdad es que la lógica capitalista colonial, neocolonial o imperialista de estos países ha sido la lógica imperante, no solamente  para sí mismos, sino para el resto de la humanidad, mostrando hoy en día el fracaso incluso de su propio Estado de Bienestar. Tampoco podemos negar los espacios de libertades políticas y de bienestar social arrancados por la clase obrera; un ejemplo exitoso digno de mencionarse, es la experiencia de los países escandinavos de Europa Occidental, llamados socialismos color de rosa, lo que muestra el potencial que tiene una lógica socialista aplicada a un mundo con igualdad de oportunidades políticas y económicas para todos y todas. A raíz de los paquetazos neoliberales, aplicados a diestra y siniestra, incluso en los países europeos, comienza a desmoronarse también el Estado de Bienestar de la socialdemocracia, quienes como dijimos padecen además una competencia menos fácil en el concierto del mercado mundial. Ahora bien, aunque el extraordinario crecimiento del capitalismo nacional de los BRICS, contrarreste la explotación neocolonial del capitalismo metropolitano occidental, estos cinco países tampoco han podido disminuir la enorme brecha social entre ricos y pobres, lo que muestra que el crecimiento económico no es sinónimo de igualdad de oportunidades, ni siquiera de bienestar social; a lo que habría que agregar que dicho crecimiento no escapa a un modelo extractivista y depredador. En síntesis se puede afirmar que los gobiernos socialdemócratas no solamente han seguido la ruta clásica del capitalismo, sino que han funcionado como metrópolis imperialistas, más que como sociedades socialistas.


Señalemos de paso que en cuanto a la planificación de la economía y el desarrollo del mercado interno, en tanto que aumento de la capacidad de compra de las masas, existe cada vez más coincidencia entre los teóricos o líderes del capitalismo como del socialismo. Desde Keynes hasta Obama, estos gobiernos no tienen empacho en planificar e intervenir cada vez más el mercado y elevar la solvencia de los consumidores, como medio para paliar la anarquía del mercado y las crisis de sobreproducción respectivamente.


Ahora pasemos a revisar lo que ha pasado en los países que desencadenaron una revolución encabezada por movimientos y gobiernos de izquierda y que tienen como principal agenda la liberación política, cultural y económica del neocolonialismo y del imperialismo, bajo una orientación o discurso socialista, es decir, el cuarto modelo ensayado sobre el socialismo.


Los movimientos de liberación nacional y el socialismo


La existencia manifiesta y percibida del colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo, así como la conciencia del nivel de explotación y miseria sembrados en los países coloniales, neocoloniales e imperializados del llamado Tercer Mundo, desencadenaron desde el siglo pasado sendos movimientos llamados de liberación nacional. Estos países lograron mejorar su suerte bajo una orientación socialista, a través de revoluciones políticas y del apoyo de la Unión Soviética, dada la imposibilidad de emprender endógenamente un proceso de acumulación originaria, debido en parte al nivel de atraso y vulnerabilidad en que se encontraban en relación a sí mismos y en relación al mercado mundial.


Para los dirigentes de estos movimientos la ruta hacia el socialismo no solamente era posible, sino que aparecía con un itinerario muy claro de entender: a) toma del poder político por la vía armada, b) nacionalización o confiscación del gran capital internacional y nacional, b) políticas de redistribución del ingreso a favor de la nación y de los más desposeídos, c) lucha contra la presencia del imperialismo. Fueron muchos los logros alcanzados por estos países donde tales movimientos alcanzaron el poder, tanto en términos de soberanía y bienestar como de correlación política de fuerzas en el contexto internacional. La caída del socialismo soviético y la agresividad del imperialismo desmontaron gran parte de estos modelos de liberación nacional. Muchos de ellos terminaron padeciendo reveses contrarrevolucionarios y algunos de ellos hasta un proceso acelerado de neoliberalización de sus economías y de sus sociedades. Pronto se entendió que no es lo mismo revolución que socialismo, o incluso que transformación social, aunque sin la primera se hace mucho más difícil, aunque no imposible, transformar un país, pues en muchos aspectos hasta las masas se resisten a la transformación, ya que tienen interiorizada una alta cuota de colonialidad conservadora.


El principal rédito de aquellas experiencias fue el desmantelamiento de sangrientas dictaduras, así como la obtención de un espacio político por parte de la izquierda para poder batallar políticamente en aras de disputar en condiciones legales la opinión de las masas. La democracia formal se democratizó y comenzó a incluir a los movimientos de izquierda y por tanto a las masas oprimidas, explotadas y marginadas. En el caso de la izquierda latinoamericana, en la oposición o en el poder, la misma fue silenciosamente obligada a trastocar todo su andamiaje estratégico. De ahora en adelante, a) la  toma del poder sólo podría llevarse a cabo a través de elecciones democráticas, es decir, reconocidas por el imperio y b) el acceso a los excedentes sociales debería hacerse a través del mercado y de una tenue orientación indicativa del mercado por parte del Estado por sobre sus economías.


Hoy en día, la izquierda latinoamericana batalla en medio de una democracia  política electoral donde se juega su hegemonía en cada elección, sometida a una presencia oligopólica de las grandes empresas transnacionales, ajenas a la acumulación económica interna. Estas economías  se proponen compensar con el mercado regional latinoamericano la debilidad de sus propios mercados internos nacionales.


Existe un caso paradigmático, como es el caso cubano, debido al nivel alcanzado en cuanto a la instauración de una sociedad socialista, acorde al menos a los parámetros arriba mencionados. Entre tales rasgos podemos mencionar los siguientes: a) desencadenamiento armado de una revolución de orientación socialista nacional, es decir, antiimperialista, que tempranamente confiscó a la burguesía imperialista y local, incluyendo a la  burguesía pequeña; b) una gestión económica completamente en manos del Estado, incluyendo una planificación presupuestada; c) un Partido Comunista ejerciendo el monopolio de la orientación política de la sociedad; d) una economía con grandes dificultades para llevar a cabo un proceso de acumulación originaria endógena, como no fuese a través del subsidio o apoyo externo, en este caso de la Unión Soviética. Al igual que el resto de países socialistas, el modelo cubano logró ofrecer igualdad de oportunidades a toda la población y mejorar el nivel de vida del pueblo cubano y alcanzó niveles de solidaridad internacional sin precedentes en la historia del socialismo. Hoy en día, Cuba, a pesar de muchas diferencias con el resto de países socialistas, parece seguir la  experiencia del resto de países socialistas, a saber, la reorientación de la sociedad hacia una economía mixta, donde la gestión económica estatal se acompaña de medidas tendientes a liberalizar el mercado y la presencia de pequeños, medianos y grandes capitales. En su último Congreso, el Partido Comunista Cubano aceptó las limitaciones del Estado para gestionar la producción y las limitaciones de su economía para emprender un proceso de acumulación de capital, y, por ende, para continuar remunerando a la sociedad de acuerdo al criterio de la satisfacción de las necesidades. Cada vez es más evidente, sobre todo en las últimas décadas la recurrencia de Cuba al capital transnacional para compensar su lenta acumulación ampliada, sociedad que ha comenzado aceleradamente a liberalizar la economía mercantil, transformando el modelo presupuestario, orientando cada vez más su economía bajo las reglas de la competencia mercantil.


Pareciera, pues, una regularidad, sino una regla, el axioma que arriba mencionada, en cuanto a la contradicción o limitación que existe entre un bajo nivel de productividad del trabajo o del capital y una alta satisfacción por voluntad política del bienestar social de la población, sobre todo en un entorno hegemónico del mercado capitalista mundial. Y esto es igual para el socialismo como para el capitalismo. Al respecto es paradigmático el caso de un pequeño país como Costa Rica, que al igual que los países escandinavos del norte de Europa, ha tenido una experiencia exitosa, tanto en cuanto a democracia como a bienestar social de la población.


Hoy en día, algunos movimientos de izquierda con confesada vocación y/u orientación socialista en América Latina, han accedido al gobierno y parte del poder por la vía democrática, superando así la otrora falta de mayoría política para emprender sus reformas, intentando llevar a cabo transformaciones políticas, sociales y económicas que ni siquiera el liberalismo-capitalismo nacional habían emprendido, por su subordinación al imperialismo occidental: soberanía nacional, desarrollo del mercado interno a través de programas sociales para desempobrecer a una gran parte de la población, renacionalización de algunas empresas, protección económica de sus fronteras, solidaridad internacional para combatir el injusto orden internacional o lo que es lo mismo el intercambio desigual en la arena del comercio mundial, siendo paradigmático el ejemplo de la revolución bolivariana de Venezuela.


Estas experiencias de izquierda que se amparan del gobierno por la vía electoral, más el enfrentamiento con el imperialismo, más la unidad latinoamericana en tanto que patria grande y mercado regional como sustituto del mercado interno, han permitido que se hable del Socialismo del Siglo XXI, precisión que apenas alcanza para diferenciarse del socialismo estatista y del neoliberalismo, pero que no alcanza para mostrar el apelativo de socialismo aplicado a estos países, como no sea el discurso anticapitalista, la lucha nacional y regional contra la presencia imperial, la nacionalización de algunas empresas transnacionales, los programas sociales para favorecer a la población marginada. Y es tan fuerte la herencia estructural del capitalismo dependiente, así como los estragos sociales, que se vuelve titánico el esfuerzo por revertir la dependencia del capital extranjero, la concentración del capital, la brecha entre ricos y pobres, entre otras lacras generadas por un capitalismo apenas modificado.


En otras palabras, asistimos a movimientos de izquierda que llevan a cabo, aunque por distintas motivaciones, transformaciones que en rigor corresponderían a una revolución liberal, aunque sin hegemonía de la burguesía en la conducción del gobierno, el Estado, la sociedad. Sin embargo, en la práctica, estos países están todavía en una fase bastante distanciada de las experiencias y logros alcanzados, en cuanto a la acumulación o desarrollo endógeno, por el socialismo anterior. A ello se agrega el hecho de que muchos de ellos sucumbieron a la revolución conservadora impuesta por la ofensiva neoliberal. Modelo que ha llevado incluso a muchos movimientos, líderes e intelectuales, a pensar que basta con implantar la democracia electoral para resolver los problemas de la justicia social, o a otros que piensan que presionados por el crecimiento económico no logran evitar los efectos no deseados, propios del desarrollismo extractivista.


Antes de concluir con este apartado, quisiera señalar algo que me parece necesario insertar en esta discusión, como es la aparición de nuevas banderas en la lucha social contra el sistema imperante, banderas que difícilmente pueden ser resueltas por la lógica del capitalismo. Me refiero a la participación en igualdad de condiciones para las mujeres, los pueblos indígenas, las comunidades étnicas, la ecología sostenible, así como la igualdad de oportunidades de los Estados y naciones en el concierto internacional. Tanto es así que habría que incluir como parte de un programa, sino socialista, al menos post-neoliberal o post-capitalista, algunas banderas como la lucha contra la erradicación del patriarcado, la discriminación racial, la destrucción del medio ambiente, el empobrecimiento y exclusión laboral, la dependencia del exterior y la colonialidad interna, tareas que parecen imposible desde la lógica del capitalismo. Tan cierto es esta afirmación que deberíamos incluir como parte de un programa alternativo el antiimperialismo y la lucha contra el capitalismo salvaje, rasgo que padecen prácticamente todas las formas capitalistas de las formaciones sociales hegemónicas.


La vía asociativa y autogestionaria hacia el socialismo


Una vía es un proceso político, social y económico, por medio del cual una sociedad se encamina progresivamente hacia una formación social diferente. Por ende, hablar de una vía asociativa hacia el socialismo significa un proceso de ruptura para resolver o superar aquellas limitaciones que el capitalismo no está en capacidad de lograr sin abandonar su propia naturaleza. ¿Qué hacer para enrumbarnos hacia una “una sociedad de productores libremente asociados, organizados alrededor de un plan”?. Ya mencionamos arriba la vía socialista clásica: desarrollo y concentración del capital en pocas manos, conformación de una clase obrera mayoritaria con conciencia de clase, nacionalización o estatización de los medios de producción y de cambio, en fin, transformación de los trabajadores-proletarios-asalariados en productores libremente asociados alrededor de un plan.


Además de la experiencia del socialismo de Estado, donde un partido gobernaba en nombre y en función del proletariado, como fue el caso del socialismo soviético o cubano, y además de la experiencia del socialismo de mercado o del socialismo socialdemócrata, existe una experiencia sui-géneris que merece destacarse, como es la experiencia yugoslava. En Yugoslavia se combinó un régimen de carácter democrático con una gestión generalizada de empresas autogestionarias y de repúblicas federadas que se turnaban la conducción del Estado federado. Experiencia que se separó tanto del socialismo soviético, como del socialismo de la socialdemocracia europea. Lamentablemente, esta experiencia es menos conocida y fue brutalmente descuartizada por las tropas del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), apadrinado por el imperialismo estadounidense. A mi modo de ver es la experiencia donde el socialismo alcanzó su mejor nivel, tal como lo definía el marxismo, una  verdadera unión de trabajadores libremente asociados.


En nuestros países latinoamericanos estamos lejos de cualquiera de las experiencias anteriormente señaladas. Vivimos en sociedades dependientes, con Estados debilitados por el neoliberalismo, subordinados al mercado mundial, con una clase obrera minoritaria, con una mayoría de trabajadores por cuenta propia, una gran brecha en relación a los ingresos, un mercado abierto y en medio de una agresiva competencia internacional.


¿Qué hacer entonces? Esperar a que se desarrollen las fuerzas productivas como en Inglaterra, esperar una mayoría proletaria, confiscar a las grandes empresas transnacionales, planificar la economía a favor de las masas explotadas, estatizar totalmente la economía, y finalmente transformar a un proletariado de asalariados inexistentes en productores libremente asociados que se harán cargo de gestionar la vida política y económica del país. Obviamente, tal ecuación parece imposible. Vivimos en un mundo de sobreproducción relativa, donde los trabajadores sobran y donde los centros de producción expulsan, a riesgo de perecer, cada vez más a un mayor número de trabajadores.


¿Podemos expropiar (compensando a los propietarios) o confiscar a los propietarios de medios de producción? Obviamente que no, dada la existencia mayoritaria de pequeños y medianos productores mercantiles. Sería un verdadero suicidio tanto desde el punto de vista político como económico, pues estaríamos afectando a la mayoría de la población.


¿Podemos expropiar o confiscar a los grandes capitales locales o a las corporaciones internacionales? Igualmente, parece muy difícil, dado que gran parte de su patrimonio está internacionalmente dislocado; confiscar un banco internacional significaría confiscar apenas una oficina con sumas insignificantes en sus cajas, confiscar una zona franca o una empresa capitalista local, sería dejar sin empleo a una gran masa de trabajadores sin alternativa para recolocarlos.


¿Puede el Estado hacerse cargo de administrar los (incluso inexistentes) grandes medios de producción y de cambio? ¿Podemos prescindir de la cooperación internacional, bilateral o multilateral? ¿Podemos planificar el mercado, regular los precios y asignar los recursos de acuerdo a criterios políticos, en el seno de una economía abierta? ¿Podemos lograr el pleno empleo de una clase obrera e inculcarles una orientación proletaria, en un país desindustrializado o esperar que el actual capitalismo los genere? Todo esto parece difícil en las actuales circunstancias, amén de que necesitaríamos una conciencia masiva en la población que esté de acuerdo con estas medidas y dispuesta a sufrir las consecuencias. ¿Podemos contar con un subsidio permanente por parte de algún país, capitalista o socialista, como para emprender un proceso de acumulación endógeno?


Últimamente, abundan los planteamientos sobre el llamado socialismo del siglo XXI. A juzgar por las experiencias de los gobiernos de izquierda en el poder y de las medidas emprendidas para construir dicho socialismo, lo que se puede afirmar dada la cruda realidad capitalista en que se desenvuelven dichos procesos, es una voluntad de transformación caracterizada por un conjunto de rasgos comunes: a) Discurso antiimperialista o anticapitalista, b) Medidas para frenar o revertir el modelo neoliberal, entre ellos la reconstrucción del Estado y la restitución de la  ciudadanía, así como la implementación de otras medidas que dejaron pendiente las reformas liberales (reforma agraria, protección del mercado interno, protección del capital nacional y generación de empleo, etc.) c) Programas sociales encaminados a disminuir la pobreza y redistribuir la renta nacional, c) Organización de los sectores populares alrededor de las elecciones y de la ejecución de los programas sociales, d) Desplazamiento de la oligarquía por una burguesía local o nacional, e) Apoyo a los pequeños productores y fomento de la  cooperativización, f) Unidad nacional y latinoamericana, h) Medidas para evitar los estragos sociales y ecológicos del capitalismo salvaje.


Sin embargo hay muchas cosas que se pueden hacer en aras de enrumbar nuestras sociedades hacia un modelo de orientación o transición hacia el socialismo. Tales como la nacionalización de algunas empresas de producción o de servicio, reforma agraria integral, la capitalización de los pequeños y medianos productores, una reforma fiscal progresiva, la gratuidad en la educación y la salud, la inclusión de una orientación socialista en los programas escolares, una alianza latinoamericana para frenar la agresividad del gendarme del capitalismo mundial como es el imperialismo estadounidense, entre otras medidas. Esta última política está avanzando bastante desde que se inició la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la conformación del Mercado del Sur (MERCOSUR), la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), entre otras experiencias.


A pesar de la importancia de las medidas anteriormente señaladas, el objetivo, la motivación y la hipótesis de este artículo están centrados en la posibilidad de emprender una de las medidas más medulares de la transición al socialismo y que no parecen poder instalarse por la vía convencional del socialismo.


Nos referimos a la transformación del proletariado en productores libremente asociados.


Nuestra hipótesis es que en nuestras sociedades los trabajadores ya se han convertido en productores, aunque por una vía diferente a la industrialización capitalista de los países metropolitanos. Tenemos una masa mayoritaria que nosotros hemos llamado proletariado por cuenta propia, para diferenciarlos del proletariado por cuenta del capital, como hemos estado acostumbrados a conocerlos. Trabajadores-productores que han sido expulsados o no tienen esperanza alguna de convertirse en obreros asalariados. Nos referimos a los trabajadores-productores (la economía familiar, los campesinos, los artesanos, los pescadores, los madereros, los manufactureros, los pequeños transportistas, las cooperativas de acopio, crédito y otros servicios). Son trabajadores directos que además de haberse convertido en trabajadores-productores, se han amparado de gran parte de los medios de producción. En el caso de Nicaragua, gestionan directamente la mayor parte de los medios de producción, generan la mayor cantidad de la riqueza, el empleo y las divisas del país, aunque por estar situados en la producción primaria son los sectores más empobrecidos de la sociedad. De tal manera que para convertirse en productores libremente asociados, solamente les hace falta asociarse en diferentes tipos de asociaciones, cosa que han empezado a hacer, como veremos más adelante. Entonces, con esta mayoritaria masa de trabajadores-productores, hay que emprender las medidas que permitan horizontalizar la distribución de la renta, compitiendo con el gran capital nacional y con las empresas transnacionales, sin menoscabo de que el Estado, puesto al servicio de los pequeños y medianos productores, nacionalice, estatice o regule las rentas de los grandes empresarios.


El objetivo es el mismo, convertir al proletariado, esta vez por cuenta propia, en productores libremente asociados. En otras palabras la asociatividad funcionaría como una estrategia y como una escuela para entrenar al proletariado por cuenta propia a fin de que pueda competir con el capital local, nacional y transnacional, resolviendo al mismo tiempo las necesidades de sus familiares. Como una estrategia, porque solamente a través de la asociatividad podría escalar los eslabones de la cadena de valor y recuperar los excedentes que el mercado capitalista les arrebata a través de la circulación. Como una escuela porque a través de la asociatividad es que se entrenarían para convertir las relaciones de competencia en relaciones de solidaridad y complementariedad. Por supuesto que no negamos la posibilidad y necesariedad de que los obreros y resto de asalariados puedan asociarse para participar o hacerse cargo directamente de la gestión de las empresas o de las instituciones públicas.


1.  La importancia del Estado


La presencia y uso del Estado es incluso imprescindible hasta para el capitalismo de mercado, incluso en su versión oligopólica especulativa. De tal manera que sería insensato plantearse, como lo hace o ha intentado el neoliberalismo, optar por la privatización total de la economía, en aras de una supuesta hegemonía única de la sociedad civil.


En las actuales circunstancias, el Estado sigue siendo la síntesis de las contradicciones y la institucionalidad por excelencia, escogida por la sociedad para conducir o acompañar el sistema político, el sistema económico y los aparatos ideológicos del Estado. Por lo tanto, no es nada despreciable que un movimiento de transición hacia el socialismo, tenga que ampararse del Estado o aliarse con un partido de izquierda que represente sus intereses, para construir la soberanía frente al imperialismo, para emprender medidas o reformas radicales encaminadas a neutralizar la tendencia concentradora y excluyente del mercado, y para debilitar la hegemonía diferenciadora del capital.

La diferencia con las revoluciones anteriores es que ahora y debido a la debilitada correlación de fuerzas que nos heredó la derrota de la Unión Soviética y la agresiva acometida del neoliberalismo, la toma del poder se haga a través de elecciones que permitan alcanzar una estable y permanente mayoría política. Los éxitos de los diversos movimientos de izquierda en América Latina testimonian la posibilidad de arrebatarle a la oligarquía, la burguesía y el imperialismo, la conciencia de las masas empobrecidas del continente. En el caso de Nicaragua, el movimiento sandinista ha logrado copar la institucionalidad estatal, contando con una mayoría política en el Parlamento y por lo tanto emitir las leyes que estime conveniente para neutralizar las embestidas del capitalismo salvaje y del imperialismo.


En última instancia, el Estado es el ente que puede lograr, si lo hace, expresar la voluntad de la nación y por tanto hacerla caminar con todas sus posibilidades, aún en medio de una debilitada correlación de fuerzas en el concierto internacional. Y cuando decimos Estado nos estamos refiriendo a la promulgación de leyes, al control de las fuerzas armadas, la gestión de empresas públicas, la política internacional, la distribución del presupuesto, la orientación de las instituciones centrales y municipales, la influencia en la organización de las fuerzas populares.


2. La  importancia de la  soberanía nacional y el antiimperialismo


La soberanía nacional en América Latina no ha sido posible ni siquiera en los grandes países capitalistas del subcontinente. Nuestros países han sido y siguen siendo dependientes del neocolonialismo y del imperialismo europeo y norteamericano. Y cuando hablamos de soberanía estamos hablando de autodeterminación política, soberanía alimentaria, soberanía energética, soberanía financiera, soberanía comercial, soberanía ecológica, soberanía autonómica de los pueblos indígenas y comunidades étnicas existentes al interior de nuestros países.


Y tomando en cuenta que la soberanía es la otra cara del imperialismo, se hace necesario una posición y voluntad antiimperialista para poder disminuir la dependencia y enrumbar la sociedad por un modelo de transición hacia una sociedad post-capitalista y eventualmente socialista. Y tomando en cuenta las dificultades, económicas e ideológicas, de las burguesías u oligarquías locales, para enfrentarse a sus hermanos mayores en el concierto del capitalismo mundial, parece evidente que sólo una organización de orientación socialista puede hacerse cargo desde el gobierno de emprender una orientación antiimperialista.


3. La realidad del mercado


El mercado sigue siendo un recio regulador de precios y un fuerte asignador de recursos, lo que puede facilitar, en las actuales circunstancias, una creciente productividad del capital, condición sine qua non para competir con el resto de las economías del orbe y disponer de mayores recursos para mejorar el bienestar social de la población. Nuestros mercados son mercados subordinados al mercado mundial y funcionan bajo la lógica y hegemonía del capital, es decir, a través de un intercambio mercantil donde el precio de mercado se obtiene a partir de los bajísimos costos de producción más la ganancia media de los capitales nacionales e internacionales.


En nuestras sociedades la relación mercantil de compra-venta de la fuerza de trabajo por el capital, a través de la contratación salarial, ha sido desplazada por una relación entre capitalistas y pequeños productores mercantiles, donde los últimos son explotados a través de las relaciones de intercambio, tal como se hace a nivel internacional entre las naciones capitalistas y las naciones proletarizadas. Lo que antes se conocía como el ejército industrial de reserva, se ha convertido en una masa mayoritaria de trabajadores por cuenta propia que venden sus mercancías en el mercado abierto, conformando una sui-géneris economía que nosotros hemos llamado economía popular. Esta economía mercantil donde los trabajadores se han convertido en precarios productores mercantiles avanza en la medida que el capitalismo necesita menos de la fuerza de trabajo asalariada, la cual es expulsada inmisericordemente dada la enorme productividad del capital. Se trata por supuesto de una experiencia surgida y establecida en el seno de una economía capitalista liderada por el capital a través del intercambio desigual y donde tales productores-trabajadores no escapan al empobrecimiento y pauperización. En rigor económico, son trabajadores explotados por el capital en la esfera de la circulación y por lo tanto pertenecen al proletariado y a quien nosotros hemos llamado proletariado por cuenta propia, para diferenciarlos de los proletarios explotados en la fábrica por un patrón.


Quisiera aprovechar esta oportunidad para señalar que a nivel de los estratos más bajos del mercado, el intercambio mercantil se acerca más a un intercambio de equivalentes, que el intercambio entre los estratos superiores e inferiores. Los productores populares intercambian sus mercancías a un precio que se acerca al valor o cantidad de fuerza de trabajo invertida en un producto. Cuando uno va a un mercado, constata fácilmente que los productores populares, los productores de frutas y de verduras, por ejemplo, intercambian sus mercancías de acuerdo al tiempo de trabajo invertido por cada uno de ellos. En otras palabras, a mayor capital invertido en una transacción mercantil, mayor es la transferencia de excedentes de quien posee la fuerza de trabajo hacia los que posen capital.


4.  La economía popular individual


Conferimos el nombre de economía popular a cualquier actividad social y económica donde los trabajadores gestionan directamente la producción, el crédito, el comercio y otros servicios, no para explotar la fuerza de trabajo ajena, sino para subsistir. El primer ejemplo lo tenemos en las unidades económicas familiares. La economía familiar es una economía doméstica donde todos los miembros trabajan dentro o fuera del hogar, y la distribución se hace bajo las reglas de la satisfacción de las necesidades básicas de sus miembros. Ciertamente, al interior de la economía familiar existen relaciones de explotación, aunque las mismas están limitadas a los privilegios del macho sobre la hembra y los hijos, pero donde predominan relaciones de cooperación, solidaridad y complementariedad. En segundo lugar se ubican los pequeños productores individuales conocidos como el sector informal de la economía o como productores pertenecientes a una economía mercantil simple, es decir, sin capacidad para acumular y donde los ingresos apenas alcanzan para sobrevivir y en condiciones muy precarias. Como dijimos anteriormente, son trabajadores-productores empobrecidos a través de la circulación. Y es que en las condiciones actuales del capitalismo, el excedente o plusvalía no se capta necesariamente en el ámbito del proceso inmediato de producción como antes, sino en la esfera de la circulación. Los llamamos trabajadores-productores o productores directos, para diferenciarlos de los grandes productores que no trabajan en el proceso inmediato de producción, sino que contratan fuerza de trabajo permanente.


En Nicaragua, estos sectores constituyen la mayoría de la clase trabajadora, siendo los mayores generadores de empleo, valor agregado y divisas, en una proporción incluso mayor que los de la economía capitalista asentada en el mercado, ya sea de procedencia nacional o internacional.


Ahora bien, las unidades económicas familiares o los trabajadores individuales por cuenta propia, muchas veces  con una fina división entre ellos, no están exentos de la competencia del mercado capitalista, lo que fácilmente los mantiene o encamina hacia lo que sería un capitalismo popular; popular porque pertenecen a los sectores más empobrecidos, pero capitalismo en última instancia y por lo tanto sujetos a la férrea diferenciación del mercado capitalista. En todo caso no se puede negar que estamos en presencia de medios de producción gestionados directamente por los trabajadores y por las trabajadoras y por lo tanto factibles de convertirse en productores asociados y a regirse por un Plan Nacional de Desarrollo Humano, sobre todo si son apoyados por un Estado popular. En el caso de Nicaragua, estos sectores son los mayores productores de alimento (crianza de ganado, leche, huevos, queso, verduras, granos, pescado), así como de algunos productos oleaginosos como el ajonjolí; tienen un peso importante en la producción de café y de arroz; en el caso del transporte constituyen el mayor contingente y son dueños de la mayor cantidad de transporte público (buses, taxis, camionetas, moto-taxis, triciclos). En las recientes Cuentas Nacionales ajustadas, la economía familiar aparece con el 45% del valor agregado de la economía.


5. La economía popular asociativa


Una economía popular asociativa corresponde a un conjunto de trabajadores-productores que se unen para acceder a una economía de escala, asociándose para gestionar un fondo de crédito, un medio de producción mayor que sobrepasa su capacidad individual, pudiendo ser un medio de transporte, un centro de acopio, una planta industrial, un servicio de exportación o importación, etc. Por lo general estos trabajadores-productores se organizan en cooperativas de servicios y muy pocos en cooperativas de producción, en parte por la mala experiencia en cuanto a la productividad del trabajo, donde los productores ponían en común sus medios de producción, por lo general la tierra.


Muchos de ellos, campesinos, artesanos, pescadores o transportistas se han organizado en cooperativas de servicio, es decir, manteniendo su propiedad y la gestión individual de su medio de producción o de comercio, pero gestionando como cooperativa una actividad mayor, ya sea el crédito, una gasolinera, un beneficio de café o una planta procesadora de leche.


Existen además algunas empresas mayores que están siendo gestionadas por sus antiguos trabajadores asalariados y que fueron beneficiados por la Revolución Sandinista para que pudieran quedarse con las empresas donde trabajaban. Una economía popular asociativa corresponde, independientemente de su tamaño, a lo que Marx llamaba Unión de Productores Libremente Asociados. Por lo que nosotros, tal como reza nuestra hipótesis, consideramos que bien podría constituir una vía asociativa para transitar más adelante hacia una economía socialista, donde la mayoría de los medios de producción o una parte significativa de éstos pertenezcan a los trabajadores-productores, es decir, al proletariado convertido en Unión de Productores Asociados alrededor de un Plan. Para lo cual es indispensable que exista un Estado que represente y priorice sus intereses por encima de los intereses del gran capital o de las corporaciones internacionales del capitalismo monopólico. Sabemos que eso no puede hacerse de la noche a la mañana, por eso no hablamos de socialismo, sino de una vía o tránsito más o menos largo hacia el socialismo.


Dicho sea de paso, estos trabajadores-productores, individuales o asociados, tienen a una parte de sus familiares en el exterior, trabajando como migrantes y enviando remesas periódicamente, con lo que la economía popular tiene así una fuente de acumulación, aunque sea a pequeña escala.


Habría mucho de qué hablar en el caso de Nicaragua al respecto sobre este tema, experiencia que he tratado exhaustivamente en un texto reciente: “El Manifiesto de los Trabajadores  por Cuenta Propia”.


6. Los consejos de gestión política


En la concepción leninista del socialismo se experimentó la creación de los Soviets o consejos obreros para gestionar la economía. Hoy en día, existe una rica experiencia en América Latina alrededor de consejos de ciudadanos y de trabajadores que junto a la democracia electoral se han organizado como consejos populares para gestionar espacios políticos junto a las instituciones del Estado. En el caso de Nicaragua y durante el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional se ha legislado y se han establecido miles de consejos llamados Consejos del Poder Ciudadano (CPC), los que participan en 16 gabinetes, desde el barrio o la comarca, hasta el municipio, el departamento y la nación, interviniendo en discusiones y decisiones concernientes a la gestión cotidiana de los asuntos que les compete. Igualmente, en varios países de América Latina existe una rica experiencia de consejos ciudadanos encaminados a la gestión política de los asuntos públicos.


Estos Consejos también participan en las elecciones municipales y nacionales donde presentan candidatos a concejales en las alcaldías o de diputados en el Parlamento. En el caso de Nicaragua y de otros países de América Latina, encontramos centenares de representantes en los gobiernos municipales y en el  Parlamento provenientes de las organizaciones sociales en general (sindicatos, cooperativas, centrales de cooperativas, federaciones, confederaciones, consejos de poder ciudadano, organizaciones de mujeres o de indígenas, asociaciones de ecologistas, entre otros).


7.  Los consejos sectoriales


Igualmente, existen consejos sectoriales de trabajadores, productores, trabajadores-productores, gremios y demás asociaciones laborales, productivas y culturales que se dedican a gestionar sus intereses comunes, tanto en Nicaragua como en el resto de los países latinoamericanos. Destacan los gremios de productores por rubro, experiencia que anteriormente se había limitado a los grandes productores o empresarios, como ha sido el caso en Nicaragua y otros países de Consejos de la Empresa Privada, los que han alcanzado una gran experiencia en influenciar las políticas públicas.


En Nicaragua los gremios populares participan activamente en iniciativas de ley en el Parlamento, así como en protestas callejeras demandando políticas públicas a favor de sus agremiados.


8.   La gestión de empresas comunitarias


Asimismo, existen múltiples experiencias en América Latina de empresas comunitarias, directamente en manos de ciudadanos, en manos de trabajadores-productores o de ciudadanos-trabajadores-productores en coinversión con los gobiernos municipales. Empresas llamadas comunitarias que han logrado organizar a toda la ciudadanía de un municipio para hacerse cargo de gestionar una empresa de pobladores para administrar el servicio eléctrico, por ejemplo. Es relevante el caso de grandes cooperativas o asociaciones donde participan miles de ciudadanos trabajando en defensa de los intereses precisamente de los consumidores, enfrentándose al gobierno o a compañías nacionales y extranjeras para influenciar en la regulación de precios y formas de suministro de bienes y servicios.


9.   Los gobiernos municipales y autonómicos


Junto al gobierno nacional o federal existen gobiernos municipales desde la independencia, incluso hay experiencias de cabildos que funcionaron en la época colonial; y aunque no participaba la mayoría del pueblo, comenzó a incubarse  una tradición de gobierno municipal.


Hoy en día, los funcionarios, concejales y alcaldes, de los gobiernos municipales están cada vez más en manos de funcionarios provenientes de las organizaciones populares, con ricas experiencias de gobiernos participativos o directos donde los ciudadanos deciden sobre la distribución operativa del presupuesto de esas alcaldías.


Algunos de esos funcionarios  se presentan a las elecciones, propuestos directamente por sus organizaciones y representando sus intereses, donde la ley lo permite, en otros casos lo hacen a través de partidos políticos de izquierda que los incluyen en sus listas como parte de una explícita alianza política entre partidos y movimientos sociales. Es destacable el caso de países como Bolivia donde un movimiento social se convirtió en partido político, el Movimiento al Socialismo (MAS) que después de derrocar a presidentes decidió convertirse en partido político y ganó las elecciones presidenciales.


En Nicaragua existe desde la Revolución Popular Sandinista de los años ochenta una experiencia que no podríamos dejar de mencionar, como es la ley y puesta en práctica de un proceso autonómico para los Pueblos Indígenas y Comunidades Étnicas de la Costa Caribe, donde funcionan dos gobiernos regionales autonómicos, encargados de gestionar, preservar y desarrollar la cultura y autodeterminación de su población. Se trata además de un territorio de más de 30,000 kilómetros cuadrados, equivalente a la cuarta parte del territorio nicaragüense y un poco más grande que la república de El Salvador.




10. Los movimientos de izquierda de orientación socialista


Los movimientos de izquierda pueden ser movimientos sociales, partidos de izquierda en la oposición o partidos de izquierda en el poder. En Latinoamérica existe una gran cantera de experiencias de todos estos movimientos.


Hoy en día ser de izquierda significa enarbolar las banderas de la justicia social en todas sus manifestaciones y que de alguna manera pertenecen a la cultura socialista. Existen muchas clases de movimientos sociales: viejos movimientos sociales como los movimientos obreros, movimientos campesinos, movimientos de estudiantes, entre otros. Existen además nuevos movimientos sociales con nuevas banderas, como los movimientos indígenas, movimientos por la tierra o la reforma agraria integral, movimientos ecologistas, movimientos feministas, movimientos por la diversidad sexual, movimientos cívicos, movimientos barriales, amén de un conjunto de movimientos políticos con reivindicaciones más globales, como los movimientos contra las guerras de intervención, movimientos por la paz, movimientos contra gobiernos dictatoriales o autoritarios, etc. Estos movimientos no necesariamente se definen como socialistas o de orientación socialista, pero definitivamente están orientados hacia formas de gestión no capitalistas o post-capitalistas.


Los movimientos sociales masivos y combativos tienen incluso en su haber la experiencia de tumbar presidentes, otros tienen un poder de veto extraordinario, por ejemplo movimientos que han logrado rechazar tratados internacionales o leyes parlamentarias que lesionan sus intereses, como los movimientos contra las medidas neoliberales.


Igualmente, existen movimientos organizados como bloques políticos de alianzas electorales o simplemente como partidos políticos como es el caso de los movimientos de liberación nacional, muchos de ellos movimientos guerrilleros que se enfrentaron y lograron derrocar dictaduras y ampararse del poder político; nos referimos a los arriba señalados movimientos de liberación nacional.


Toda esta rica experiencia revolucionaria se acompaña o combina con partidos de izquierda que han llegado al gobierno por la vía electoral, existiendo una gran afinidad con los movimientos sociales de toda naturaleza.


No estamos todavía hablando de socialismo, pero toda esta rica experiencia participativa no puede ni debe pasar desapercibida como un modelo de gestión social que nos entrena y nos encamina hacia una sociedad post-capitalista, por ser eminentemente popular. Y es que en América Latina hoy en día lo popular es por lo general sinónimo de izquierda, es decir, de posiciones políticas que combaten gobiernos de derecha o aliados del imperialismo estadounidense.


Muchos partidos de izquierda, en la oposición o en el poder, han protagonizado en alianza con sendos movimientos sociales combates para frenar una ley, botar a un gobierno, enfrentarse a las empresas transnacionales o al propio gobierno de los Estados Unidos, defendiendo los intereses soberanos de sus naciones o intereses populares de sus propios pueblos.


Destacan aquí viejos y nuevos movimientos populares en el combate, discursivo o institucional, contra el orden establecido, rechazo que sólo puede provenir de un pueblo organizado y con conciencia de clase y de nación explotada. Efectivamente, hay muchas limitaciones para emprender medidas socialistas, dada la estructura económica y social en estos países, aunque la  institucionalidad de tales estructuras está siendo erosionada paulatinamente, debiendo aprovechar cualquier resquicio en las estructuras del poder establecido para penetrarlo con un espíritu anticapitalista.


Aunque sé que hay innumerables experiencias riquísimas alrededor de la temática que estamos tratando, no quisiera dejar pasar la experiencia de Nicaragua, donde un movimiento social de carácter político, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), alcanzó el poder a través de la  lucha armada, como fue el caso asimismo de la revolución cubana. Una vez en el poder, gobernó bajo una orientación socialista. Después de diez años de enfrentar un movimiento contrarrevolucionario apoyado por el gobierno de Estados Unidos, fue derrotado electoralmente. Sufrió las consecuencias de una restauración contrarrevolucionaria y neoliberal. Finalmente, aceptó las reglas del juego de la democracia burguesa y retomó el poder por la vía electoral, desde donde alcanzó la hegemonía o mayoría política de los electores, intentando en las nuevas condiciones y en una nueva etapa implementar medidas encaminadas a debilitar el sistema imperante. Como todos los movimientos o partidos de izquierda en el poder se enfrenta a la cruda realidad de tener que administrar una economía capitalista y gobernar una sociedad con fuertes huellas de la ideología neoliberal.


Pero lo que quiero destacar, como un hecho paradigmático sobre el modelo que estamos tratando, es la creación en este gobierno de un Ministerio de Economía Familiar, Comunitaria, Cooperativa y Asociativa; lo que muestra a nuestro modo de ver la importancia adquirida por lo que nosotros hemos venido denominando trabajadores por cuenta propia, en camino hacia la asociatividad.


11. La unidad latinoamericana


Finalmente, pero no menos importante es el discurso y la práctica de unidad latinoamericana contra las empresas transnacionales y contra los gobiernos extranjeros que durante siglos han saqueado nuestros países. Muchos movimientos y partidos de izquierda en el poder tienen conciencia de que la soberanía de cada nación pasa necesariamente por la soberanía de Latinoamérica, dada la correlación de fuerzas en el concierto del injusto y poderoso orden internacional.


Hoy en día se habla de una segunda independencia, una independencia política acompañada de una independencia económica, con algunas experiencias alentadoras, a pesar de las adversidades a la hora de enfrentar al poderoso imperio yanqui. Vale la pena destacar la experiencia de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), liderada por la Revolución Bolivariana de Venezuela y donde participan países de Suramérica, Centroamérica y El Caribe, teniendo en su haber un comercio justo entre sus miembros, es decir, un comercio solidario y complementario, donde ningún país explota a otro y donde todos salen ganando.


El ALBA es quizás la primera experiencia de una relación no capitalista o dicho de otra manera la única experiencia post-capitalista, donde la experiencia de la Revolución Cubana y sus muestras de heroísmo solidario auguran un porvenir muy provechoso para el socialismo. Y cuando hablamos del ALBA estamos hablando a gran escala de una experiencia asociativa de orientación socialista.


Finalmente, quisiera retomar y recordar la hipótesis arriba mencionada sobre la posibilidad y necesidad de sistematizar las experiencias en marcha y descubrir que si bien no podemos hablar de una sociedad socialista, sí podemos hablar de un modelo social por medio del cual podemos transitar a corto, mediano y largo plazo hacia una sociedad socialista, conscientes de que los males del capitalismo no pueden resolverse al interior del sistema capitalista e imperialista, debiendo conjugar el ejercicio analítico y las experiencias empíricas para construir esas sociedades en transición de las que hemos hablado en este artículo.


No es menor importante, cuando se trata de emprender una vía asociativa y autogestionaria hacia el socialismo, el desempeño del discurso, ideología, teoría, análisis o sistematización de experiencias, en tanto que agenda para un debate. El individuo y la cultura que fomentemos tienen un rol estratégico. El individuo sigue siendo la célula concreta desde donde se forman las moléculas, los tejidos, los organismos y las instituciones sociales en general. El espíritu libertario de un ser humano, hombre, niño, mujer, indígena, ciudadano, líder, funcionario, etc., abona en mayor o menor medida, dependiendo de su comportamiento personal, a educar y educarse en todas estas experiencias sociales de espíritu anticapitalista. El avance de un barrio sin basura, sin charco y sin letrinas contaminantes, dependerá en última instancia del comportamiento individual de las personas de carne, hueso y espíritu, lo mismo que el comportamiento de un macho en relación a las hembras, para citar apenas un par de ejemplos. El avance de la solidaridad estará lleno de actos individuales heroicos, donde la ética referida estará amasada de ejemplaridad viviente. El vínculo entre la práctica y la teoría está mediado por la organización de individuos concretos.


Para terminar, quiero señalar una acción cotidiana donde el individuo tiene una importancia mayúscula a la hora de querer cambiar el mundo que nos rodea; me refiero a la lucha contra el machismo en la familia, el trabajo o la  vida pública. Ciertamente que las acciones colectivas son importantes, además son más vistosas y hasta elegantes, pero un acto cotidiano tiene también el poder de desencadenar verdaderos acontecimientos, siempre y cuando sean revolucionariamente gratificantes. Ciertamente que la revolución no es todavía el socialismo, pero es su principal instrumento y entre todas las revoluciones no podemos ni debemos olvidar la revolución de la vida cotidiana, donde todos y todas estamos concernidos, atrapados, muchas veces perdidos, pero no por ello es menos importante. No se trata de establecer una nueva inquisición contra la clase política como lo  pretenden los medios de comunicación de la  derecha, sino de relevar aquellas conductas cuya imitación pueda entusiasmarnos de nuevo y prepararnos para los nuevos y difíciles combates en esta lucha a muerte entre un viejo sistema que solo muestra sus crueldades y un nuevo sistema que apenas sospechamos.

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