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viernes, 3 de febrero de 2012

Alexandr Yakovlev y el anticomunismo cavernícola

Alexandr Yákovlev
 
 
Alexandr Yakovlev y el anticomunismo cavernícola
Por Miguel Urbano Rodrigues

El ruso Alexandr Yakovlev es casi un desconocido en  Portugal y en los demás países de Europa Occidental.

Amigo íntimo de Mijail Gorbachov y su consejero principal, desempeñó un papel fundamental en el proceso contrarrevolucionario que condujo a la  restauración del capitalismo en Rusia.

De pura casualidad, hace días encontré en la librería de una pequeña ciudad alentejana un libro suyo editado en Portugal en 2004: «Un siglo de violencia en la Rusia Soviética».

Es comprensible que este manual de anticomunismo haya  sido recibido con entusiasmo en Estados Unidos. Para falsificar la historia,  A. Yakovlev se vale de todo lo negativo  que sobre el tema se escribió acerca de la Unión Soviética.

Es esclarecedor que los editores portugueses hayan considerado útil transcribir en la  contraportada la opinión  sobre este libro de Zbignew Brzezinsky, el consejero de seguridad nacional del presidente Carter: «La revelación profundamente conmovedora y sólidamente documentada de los crímenes de Lenin y Stalin, escrita por un hombre de consciencia que hizo parte del Buró político del CC del PCUS en los años del  fin de la Unión Soviética».

Alexandr Yakovlev se enorgullece de haber  persuadido a Gorbachov de destruir la URSS a través de una «reestructuración» del régimen, la perestroika, presentada al Partido y al pueblo soviéticos como iniciativa revolucionaria cuyo objetivo sería el regreso a los orígenes del  leninismo.

Fallecido en 2005 a los 82 años, fue durante más de cuatro décadas considerado un comunista ejemplar. Miembro del Partido desde 1944, entró al  Comité Central diez años después, destacándose en tareas referidas a la  ideología y la propaganda.

Siempre se abstuvo de criticar al régimen; se comportaba como comunista de convicción.

Nombrado embajador en Canadá en l973, desarrolló una fraternal amistad con el Primer ministro Pierre Trudeau. Fue en Otawa que conoció a Gorbachov, en l983 durante una visita a aquel país del futuro secretario general del PCUS. Transcurridos muchos años, cuando Rusia ya era un país capitalista, Gorbachov reveló que las conversaciones mantenidas con el embajador lo ayudaron mucho a comprender que era necesario destruir el régimen soviético.

Tales elogios hizo de Yakovlev al regreso que Yuri Andrópov  lo llamó a Moscú y lo nombró director del Instituto de Economía Mundial y de Relaciones  Internacionales de la Academia de Ciencias de la URSS. Y en 87, ya en plena perestroika, fue nombrado  miembro del Secretariado  y del Buró político del Comité Central del PCUS.

Decidió entonces que había llegado el momento de quitarse la máscara. De la crítica del socialismo pasó sin  transición al elogio al capitalismo. Acompañó a Gorbachov en su primera visita a los Estados  Unidos y sus catilinarias contra el régimen soviético le valieron los  títulos de «arquitecto de la perestroika» y «padre de la glasnost».

La influencia que ejercía sobre el secretario- general era tan ostensiva que el ex presidente del Soviet Supremo, Anatoly Lukyanov, durante una visita mía a Rusia en 1994, me dijo, que todos «miraban hacia Yakovlev cuando Gorbachov  hablaba».

EL ODIO Y LA CALUMNIA

Yeltsin no  escondía su admiración por Yakovlev.

Más de una vez elogió el trabajo del autor de The Fate of Marxism in Russia –publicado por la  Universidad de Yale–, y lo nombró presidente de la «Fundación Democracia Internacional”, creada en Moscú para falsificar la historia de la URSS.

Mas el ex-presidente ruso no podía prever que hoy, siete años después de fallecer, Alexandr Yakovlev inspirara un sentimiento generalizado de desprecio en los intelectuales rusos. Al igual que en  Occidente, su delirante libro «Un siglo de violencia en la Unión Soviética», ya no se  considera un instrumento útil de combate al comunismo.

En el esfuerzo por presentar a la Unión Soviética como un infierno más  tenebroso que el ideado por Dante, Yakovlev genera en el lector una reacción opuesta a la deseada. 

El  libro es un grito de odio. Y el  odio no convence, desprestigia.

El panorama de violencia que esboza pretende estar  basado en documentación oficial. Pero las fuentes a que recurre o carecen de credibilidad o las citas hechas con frecuencia son manipuladas o  fragmentadas.

Historiadores, filósofos y sociólogos  respetados, rusos y occidentales, publicaron en las últimas décadas trabajos serios que ya permiten tener una visión amplia sobre las revoluciones rusas de febrero y octubre de 1917 y los acontecimientos que permitieron  apuntalar las siete décadas de existencia de la Unión Soviética.

Pensadores como el húngaro Istvan Meszaros y el  italiano Domenico Losurdo, de prestigio mundial -apenas dos ejemplos-, iluminaron sin pasión los errores y desvíos del llamado «socialismo real», y simultáneamente las transformaciones  revolucionarias benéficas que resultaron para la humanidad de la  victoria y el  desafío bolcheviques. No esconden crímenes que marcaron  esos años de transición del capitalismo hacia el  socialismo. Sin embargo, coinciden al concluir que la desintegración de la URSS fue una tragedia para la humanidad que abrió puertas a la barbarie  imperialista.

Antagónico es el libro  de Yakovlev. ¿Qué credibilidad puede merecer un intelectual para el cual la Revolución de Octubre fue un golpe contrarrevolucionario?

En su  opinión, democráticos y progresistas eran los gobiernos del príncipe Lvov y de Kerensky. Para él, la Rusia imperial era una monarquía constitucional (en fase de acelerado progreso) que se transformó en febrero del 17 en una  república democrática.

Pudiera el  lector imaginar que el blanco principal de este libro es Stalin. Pero  es  transparente que esbozar de Lenin el retrato de un ser demoníaco, brutal, enemigo de la humanidad, es el gran objetivo del autor.

Para Yakovlev, «Vladimir Ilich Ulianov (Lenin)  dirigente máximo del primer gobierno soviético después de la violenta toma del poder en 1917» es «el exponente del  terror y de la violencia a las masas, de la dictadura del proletariado, de la lucha de clases y de otros conceptos deshumanos». Afirma que Lenin creó  «campos de concentración para niños», es responsable de la muerte «de millones de ciudadanos rusos» y como tal «plausible de condena póstuma por crímenes contra la humanidad».

Junto a Hitler, coloca a Lenin y Stalin como «los peores criminales del siglo (…) el siglo de Caín, el siglo que vio a Rusia arruinada  y a su modelo de desarrollo echado  por tierra». «Rusia –afirma- estaba en buen camino. Lo que ocurrió no fue que Rusia se atrasó, fue que a los bolcheviques les quebraron las piernas, les vaciaron el  cerebro y se lo recolocaron justamente al revés».

Lenin también es acusado de estimular la tortura. «Era el propio Inquisidor mor -escribe Yakovlev- quien decidía qué torturas usar con los detenidos, con vistas a obtener confesiones de culpa y  era él personalmente quien averiguaba el buen cumplimiento de sus órdenes».
En este libro de pesadilla el autor responsabiliza en 15 párrafos al bolchevismo de crímenes monstruosos.

No me resisto a dejar de transcribir el  primero: «El bolchevismo no puede escapar a la responsabilidad por la contrarrevolución, por el violento golpe contrarrevolucionario de 1917».

Es lamentable que un libro tan profundamente reaccionario haya sido publicado, con un prólogo altamente elogioso, por una editora portuguesa tradicional.

(1)          Alexandr Yakovlev, Um Seculo de  Violencia na Rússia Soviética, Editora Ulisseia, Lisboa, Junho de 2004

Traducción de Marla Muñoz

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